Haikú de los Poetas

Sólo el poeta
sabe hacer los milagros
como dios manda.

martes, 27 de enero de 2009

Había una persona sin rostro


La verdad es que no sé muy bien cómo comenzar a escribir. Tampoco sé en qué género narrativo meter este relato. Ésta es la historia de un hombre normal, un hombre que no era el típico don Juan ni el típico héroe de los cuentos de hadas. No era una persona famosa ni rica, no era el vástago de ningún noble ni de ninguna persona importante en la sociedad. No era más que una persona normal, hijo de obrero como podemos ser cualquier persona elegida al azar, una gota más del océano inmenso de la gente sin rostro que ponen su granito de arena para cimentar la Historia, que jamás recordará sus nombres. Era una persona tranquila y pacífica que caminaba por la vida respetando todo con lo que se cruzaba. Se llamaba, o más bien lo llamaban C. A.. Las personas que lo conocían decían que, lejos de ser un virtuoso escritor como él aspiraba a ser, era, más bien, una persona que vivía en las nubes cuya cabeza estaba llena de alborotadores pájaros. Cada vez que alguien le decía esto, él simplemente seguía a lo suyo pensando que algunos pájaros jamás deben ser enjaulados en la rutinaria evolución de la sociedad, sus plumas son demasiado bellas y se pueden dañar, había que dejarlos vivir fuera de esa monótona cadena de montaje. El pasatiempo favorito de C. A. era dar largos paseos por el parque caminando lentamente, paso tras paso, kilómetro tras kilómetro, mientras se sentía completamente atemporal, tan ajeno al mundo y a sus zozobras que era inmune al paso de las horas, tan ensimismado que no era consciente ni de quién caminaba a su lado. Le relajaba mirarse los pies mientras paseaba y ver que eran ellos los que le guiaban en aquellos paseos en solitario en los que por su mente fluían desde los más tiernos versos hasta las más tristes historias que, más tarde, sentado en un banco de un parque, en una terraza de un bar o muchas veces mientras caminaba, se dedicaba a plasmarlas en papel, muchas veces en servilletas.Hay quien decía que C. A. era una persona solitaria que vivía rodeado de gente de cuya existencia, al igual que la del resto del mundo, no se había percatado. No podían estar más equivocados. Aunque indirectamente, siempre velaba por la felicidad de las personas que le rodeaban y en cuanto a su extraña soledad, no era más cierta que la existencia de los caracoles alados en la acomodada y rutinaria vida de la respetable sociedad que se asentaba en el mundo de lo práctico, de lo útil, gozaba de una gran amistad, una amistad a la que valoraba y quería tanto o más como valoraba y quería a su propia vida. Una amiga que estaba con él cuando daba sus largos paseos por el parque, aparentemente sin ninguna preocupación, una amiga que estaba con él cuando se sentaba en el banco a escribir sus cuentos o poesías. Una amiga que siempre le acompañaría. Le contaba sus preocupaciones y sus problemas y ella siempre estaba ahí sin pedir nada a cambio. Una amiga que, a diferencia de los demás, nunca lo tomó por loco haciéndole sentir la única persona cuerda que quedaba en el mundo.Un día, mientras hablaba con su amigo en uno de sus solitarios paseos, un vecino de buena familia, con más dinero de la cuenta y un nivel cultural, según decían, altísimo se le acercó y le preguntó que de qué le servía vivir perdiendo el tiempo de aquella manera. C. A. lo miro extrañado y confuso, cuestionándose cómo una persona de libros como aquella podía preguntarle aquello, le miró a los ojos muy fijamente y, simplemente, respondió: “ ¿Para qué me va a servir la vida? ¡Para nada! ¡Por eso es tan importante! La vida no es sierva, es Señora.”

1 comentario:

Anónimo dijo...

C.A. !!!
Poético!
Te autodefines de alguna manera de tus narraciones. Siempre se queda una parte de ti, algo del escritor donde demuestra verdaderamente como es tu alma.

Firmado:
Otra escritora :D