Haikú de los Poetas

Sólo el poeta
sabe hacer los milagros
como dios manda.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Ana

La oreja de Van Gogh

Jueves, 11 de marzo


Si estuvieras aquí o un poco más cerca

Si me sonrieras, estaría feliz,
tendría el tesoro más hermoso del mundo

Con solo tus sonrisas.

Abres el tuenti y ni te imaginas
que llevo por ti esperando una vida,
y al verte lanzar un “hola” al PC
me tiemblan mis sueños.

De pronto me escribes, te escribo y espero,
espero ansioso tus alegres palabras,
sin duda deseo tenerte conmigo
y me pongo nervioso.

Y así pasan los días del uno al treinta,
como los barcos de mi libro de cuentos,
de meses a meses,
estamos tu y yo paseando en silencio.

De pronto me escribes, te escribo y espero,
espero ansioso tus alegres palabras,
sin duda deseo tenerte conmigo
y me pongo nervioso.

Y entonces deseo sentirte a mi lado,
escribirte un verso sobre un vaso de agua,
espero que sepas que siempre te quiero,
y me dispongo a volar.

Pero el tiempo se agota,
te despides diciendo:
“he de irme a la cama; Javy mañana nos vemos”,
cada noche me olvido de todo y elijo soñar.

Y cada noche sueño contigo
sueño con ese 20 de enero
que me diste tu mano. Estiro mis brazos,
te abrazo despacio.

Te encuentro esperando un toque en el móvil, me vuelvo valiente y te escribo estos versos, dices que te gustan y yo te espero con una sonrisa en mi corazón.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Una sombra

Una sombra sin dueño,
un espejo sin reflejo,
un recuerdo escondido
en un jarrón de agua fría.
Un corazón sin sangre,
un cielo sin estrellas,
una copa vacía.
Una moto sin veleta,
ni brújula ni mapas.
Un jinete perdido
en establos de alcohol.
Un beso sin suspiro,
un gato acuchillado
en la roja azotea.
Una astuta jugada
en mi viejo ajedrez.
Una noche de sexo,
un tango y un bolero
descansan junto a un árbol,
oscuro ganador.
Un músico sin viola,
sin arpa ni violín,
sin piano y sin fagot
dedica su canción.
La monja desvirgada
quema lunas en la alcoba
esperando su oración.
Un león cobarde llorón,
un hombre de hojalata
y un listo espantapájaros.
La sombra que los sueños
dibujan en la pared
tiene forma de ataúd.



domingo, 25 de octubre de 2009

La Puerta del 3B


Dicen que cuando el sol se ponía y la noche se adueñaba de Salamanca, una mujer vestida de blanco salía a dar un paseo nocturno. Su nombre era Eva. Vivía en un pequeño piso en el centro, concretamente en el 3b. Durante su paseo recorría cada calle del casco antiguo de la ciudad buscando a turistas extraviados. Cuando encontraba a uno se lo llevaba a su casa, se acostaba con él y, seguidamente, lo asesinaba. Ningún hombre de los que había entrado en aquel piso había vuelto a salir. Nadie sabía lo que había detrás de aquellas puertas, siempre cerradas, y las pocas ventanas que había estaban cegadas.

Hace un tiempo, un grupo de delincuentes juveniles asaltó a un norteamericano en una discoteca del centro. Él huyó, le siguieron. Según doblaba una esquina chocó contra una mujer vestida de blanco.

-Help me! Help me, please! –balbuceó.

La mujer se quedó mirándole. Le indicó que la siguiera. Tenía un paso muy extraño. Parecía como si se deslizase sobre el suelo en vez de avanzar con pasos. Eva guió a su nueva víctima hasta un viejo edificio. Abrió el portal y comenzó a subir las escaleras. Pero mientras subían, algo ocurrió al margen del conocimiento de la chica. El norteamericano envió un mensaje a sus compañeros indicándole la dirección donde se hallaba refugiado. Por fin dejaron de subir escaleras. La mujer abrió la puerta y ambos entraron.

Eva le sirvió café frío. El hombre lo aceptó, quiso preguntarle su nombre, pero la chica no había abierto la boca y siguió sin decir ni una sola palabra. Aquel debía ser el hogar de la extraña mujer que lo había refugiado. Era muy extraño, raro, exótico. Cuando hubo terminado el café, la mujer se desnudó, lo desnudó. Empezaron a llover besos, caricias. Las manos resbalaban por el cuerpo del hombre mientras el sudor bañaba sus cuerpos. Finalmente, él se puso encima de ella y le hizo el amor. Durante un rato gritos y gemidos inundaron el ambiente hasta que todo acabó con una explosión de placer quedando los dos tumbados sobre la cama. Ella, se incorporó, se agachó y de debajo de la cama extrajo un puñal afilado. Al hombre no le dio tiempo a reaccionar. La hoja del cuchillo sajó su cuello. La sangre empezó a brotar como si fuera una fuente. Las sábanas se tiñeron de rojo. De nuevo, las manos manchadas de color de rosa empuñaron el puñal y lo hundieron en el corazón del hombre.

Al día siguiente, los compañeros de viaje del norteamericano lo llamaban por móvil pero una grabación les decía que dicho número no existía. Denunciaron a la policía. Nadie lo había visto. Finalmente, decidieron ir a la dirección que les había indicado la noche antes. Caminaron por entre las calles de la ciudad hasta que llegaron a un edificio muy viejo. Llamaron al 3b. Nadie contestó. Tras un rato esperando, una viejecilla salió del portal. Le preguntaron quién vivía en el 3b. Les contestó que nunca nadie había vivido allí. Ella nunca había visto salir ni entrar a nadie en aquel piso pero que si querían, podían subir. Así lo hicieron, subieron escalera tras escalera, peldaño tras peldaño hasta que llegaron a una puerta muy vieja y sucia con un letrero de hierro oxidado en el que se leía “3B”. Llamaron. Nadie contestó. Los hombres se

empezaron a impacientar. Golpearon la puerta. Nada sucedía. La viejecilla del portal subió por las escaleras:

-¿Todavía andan aquí? –preguntó-. ¡Ya les dije que nunca nadie había salido ni entrado a través de esa puerta.

-¿Qué hay dentro? ¿Quién vive ahí?

La viejecilla meneó la cabeza de lado a lado y entró en la puerta 3A. ¿Podría haberse confundido al mandarles la dirección? No. Imposible. Nunca había cometido el más mínimo error. Pero… ¿podría haberlo cometido ahora? También era muy improbable porque seguro que se aseguraría dos veces de la dirección antes de mandarla. Se dispusieron a echarla abajo. Había algo tras aquella puerta de madera envejecida. Algo misterioso. Estaban seguros que tras ella estaba su compañero. La golpearon fuertemente. Se percataron de que la viejecilla los observaba por la mirilla de la puerta. Cada vez, golpes más fuertes. Hasta que por fin, las bisagras comenzaron a ceder y, finalmente, con un golpe seco, la puerta se desprendió y se estrelló contra el suelo. Todos miraron atónitos al interior del piso. No podían comprenderlo. Parecía imposible.

Pero… ¿qué es lo que hay tras la puerta del 3B?

Al día siguiente:




Las grandes esperiencias,
las ardientes sonrisas,
embaucadoras miradas
y las alegres fragancias
no son más que recuerdos
al día siguiente.
Recuerdos que al mezclarlos
todos juntos
obtenemos la esencia
de los grandes perfumes.
Olores que al flotar
hacen al cuerpo volar,
sensaciones que al sentirlas,
sientes el fuego revivir alegre
dentro del corazón;
sentimientos secretos,
sólo aptos para ti.
Hoy sólo tengo recuerdos,
recuerdos que al mezclarlos
se vuelven felicidad.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Unas breves líneas



A escasos días del aniversario del día en el que cruzamos nuestras miradas por primera vez en el Parque de Atracciones de Madrid, se me ocurre dedicarte unas escasas y pobres líneas para agradecerte lo que desde entonces has hecho por mí. Nunca podré olvidar las incontables ocasiones en las que mis ánimos estaban por los suelos y tú, Anita, supiste elevarlos, las horas pasadas frente al ordenador hablando de cosas tan importantes para nosotros que para el resto de la gente eran insignificantes, los planes que organizábamos para vernos una vez más. Siempre tendré en mi mente tu humor, único en el mundo entero, tu facilidad para bromear sobre las cosas más tristes consiguiendo así arrancarme una sonrisa, tu cuidada forma de hablarme a través del MSN, el tiempo que nos dedicamos. Recuerdo ahora, aquella tarde de febrero en la que salimos los dos del cine, nuestro paseo por los tejados de las catedrales de Salamanca, nuestra siesta en el parque de los Jesuitas, aquella noche de fiesta, el diario de aquel mítico fin de semana de febrero (y los ojos que pusiste cuando lo viste) donde se esconde el cuento que, metafóricamente, narra nuestra gran aventura, nuestras sonrisas cómplices al rozar nuestras miradas. Todos son recuerdos buenos, inolvidables buenos recuerdos que siempre guardaré bajo llave en un cofre en lo más profundo del mar rojo que hay en mi corazón. Un año ha pasado desde que nos vimos por primera vez, desde que entre tú y Walter me duchasteis en aquella montaña rusa de agua. Y hoy, aquí, sentado frente a mi ordenador, no se me ocurre otra cosa que decir: “Gracias, Aniusky, por estar a mi lado”

miércoles, 2 de septiembre de 2009

El Reino del Ocaso (Capítulo 2)


Como he dicho anteriormente, llegué a Madrid en aquel autobús rojo viejo sin aire acondicionado. Pasé calor, mucho calor, pero curiosamente, una vela encendida en mi interior relajaba el ambiente. Recuerdo la primera vez que pisé suelo madrileño. Fue en la estación de autobuses de Méndez Álvarez. Yo bajé tímidamente del autobús. En ese momento un sudamericano pasó corriendo a mi lado. Acto seguido, una mujer que tiraba de un carrito rozó mi mano. Cerca de mí un hombre pedía limosna, justo dos metros más allá, un importante ejecutivo hablaba por el móvil y jugueteando con su PDA. Aquella noche dormí sobre un banco en la propia estación.

A la mañana siguiente, cuando desperté, que serían las doce del mediodía, me dirigí hacia las escaleras mecánicas. Subí tranquilamente por ellas. Salí a la calle y vi a un hombre que sacaba palomas de sus mangas. Debía ser uno de esos magos ilusionistas de los que tanto Alba me había hablado.

Lo que más sorprendente me pareció fue que en Madrid, la gente caminaba deprisa, sin pararse a observar los pequeños detalles. Nadie se percataba de la ancianita que estaba sentada en un banco mirando cómo su nieto jugaba con un pequeño perro cerca de ahí. Nadie veía a ese violinista que interpretaba grandes sinfonías sin pedir nada a cambio salvo la voluntad, ¿cómo era posible que la gente no se parase a escucharlo y luego pagara caras entradas para irlo a ver a un anfiteatro? Seguí paseando y observando todo con curiosidad hasta que llegué al Retiro.

Allí todo era igual, la gente paseaba pero sin percatarse de nada a su alrededor. Nadie veía al pintor con su paleta y sus pinceles inmortalizando el estanque, que estaba lleno de barcas que a su vez contenían a jóvenes enamorados. A la izquierda, un titiritero hacía malabares con unos palos alargados.

Todo era hermoso, reinaba la paz en la calle, el aire que respiraba parecía estar hecho de perfume. Me senté en el césped y abrí el bocadillo. Debía ser cerca de las tres de la tarde. No estaba seguro. Supuse que, a estas horas, mi padre ya se habría enterado de que el bar no había sido barrido aquella mañana y de que yo me había ido y jamás volvería. Me preguntaba qué sería de la buena de Merche y el resto de chicas, ¿qué sería ahora de ellas?

Al acabar mi bocadillo cerré los ojos y me dejé caer boca arriba. Tumbado en el césped me relajé. No pensé en nada. Supuse que tendría que empezar a buscar la calle Montera pero ahora no me apetecía nada. Quería estar fuera un tiempo de ese ambiente de prostitución.

Al momento escuché un grito que raspó el ambiente. Abrí los ojos sobresaltado. Miré a mi alrededor. Vi a un hombre golpear enajenadamente a un crío. ¡Tenía que evitarlo!

-¡Quieto! ¡Pare! –grité.

De repente el hombre y el niño se me quedaron mirando. Parecía que había sido la primera vez que alguien se había metido en medio. Eran de etnia gitana. Yo, que estaba acostumbrado a tratar con todo tipo de gente problemática, me acerqué a ellos.

-¿Tú qué quieres? –me dijo el viejo-. ¿Qué cuando acabe con él te sacuda a ti?

-Discúlpeme –intenté parecer educado, Alba siempre me había dicho que siendo educado podría moverme en cualquier ámbito de la vida-. No debería pegar así al niño. ¿Tan grande ha sido su travesura para que merezca tal castigo?

-¿Quién te crees que eres para decirme cómo tengo que educar a mi hijo? Él no ha cumplido su trabajo y por lo tanto tiene que pagar por él.

“Él no ha cumplido su trabajo”. Esas palabras me golpearon fuertemente en mi cerebro. Vi a mi padre reflejado en aquel viejo y a mí mismo dentro de aquel muchacho de siete u ocho años. No podía dejar que continuara su paliza. Nadie tenía derecho a pegar a nadie.

De nuevo, los gritos del chico me sacaron de mis pensamientos.

-¡Déjele! –le empujé-. ¡Ni se le ocurra ponerle la mano encima!

El viejo cayó debido a mi empujón. Me miró y se enfureció. Se puso en pie y sacó una navaja de mariposa.

-Voy a enseñarte a no meterte donde no te llaman.

Una navaja de mariposa. La última vez que vi una de esas fue hace dos semanas, un tipo intentó apuñalar a otro por dos gramos de coca. En aquella ocasión tuve que saltar la barra y sacarlos a los dos fuera.

El viejo no me asustó. Desde pequeño me habían enseñado a hacerme con el control de situaciones violentas como aquellas. Había estado metido en peleas brutales dentro del club y un pequeño enfrentamiento con un viejo no sería gran problema.

Se abalanzó sobre mí y en un rápido movimiento lo esquivé. Volvió hacia mí y lo volví a evitar. Por fin agarré su brazo, le retorcí la muñeca para obligarle a soltar la navaja. Cuando ésta golpeó el suelo, di otro empujón al viejo y cogí su navaja.

-Creo que me la quedaré –dije mirándola detenidamente. Visto lo visto, podría serme útil-. Ahora vete.

-Gracias –musitó el chico.

-De nada –contesté-. ¿Qué hiciste?

-No le robé el bolso a una vieja –me guiño un ojo y salió corriendo.

Resulta que el padre del chico obligaba al niño a delinquir. ¿Cómo era posible que quedara gente así por el mundo?

Seguí paseando sin darle más importancia a lo que había visto. Yo seguía alucinando con la gente, pasaba rápido sin enterarse de nada, sin percatarse de la belleza que había en el mundo. A mi lado pasó una mujer con una carpeta. De frente se acercaban dos abuelos que conversaban y a mi derecha, en un banco, un hombre miraba ensimismado un pajarillo. Una chica morena paseaba a sus perros mientras un hombre de pelo largo se fumaba un cigarro y lo tiraba al suelo. No muy lejos de ahí, otro hombre sacaba una bolsa de una papelera y después se lavaba las manos en la fuente. Una mujer rubia pasa deprisa con su bicicleta y una muchacha rubia camina sumergida en su música. Detrás de mí, una madre pasea con su hija, que come gusanitos. Finalmente, el hombre ensimismado sale de su trance, me mira, y se marcha. Es curiosa la forma que tiene la gente de pasar sin percatarse de nada.

Me tumbé en el parque, sobre la hierba, no sé cuánto tiempo estuve ahí, pero creo que me dormí. Debía buscar la calle Montera. Pero no me apetecía ir. Me gustaría más disfrutar un rato más de mi libertad, estaba tan a gusto allí tumbado… era la primera vez en mi vida que podía sentirme a gusto. Finalmente decidí levantarme y ponerme en busca de la calle Montera. Debía cumplir la promesa de Alba.

Salí del parque. ¿Por dónde debía comenzar a buscar? Madrid era enorme. No muy lejos de allí vi a un chaval que debería tener mi edad que de vez en cuando hacía trucos de magia. Me acerqué un poco más a él.

-Usted señorita –dijo a una chavalita rubia que pasaba por ahí-. Tiene usted cara de muy buena persona, así que le voy a confiar algo que no se lo confío a nadie: mi cartera. Y… usted… -me señaló.

-¿Yo? –exclamé perplejo.

-Sí, acérquese, ¿me deja su DNI?

Se lo dejé.

-Verás, los magos somos muy parecidos a los carteristas. Ahora verán por qué.

Puso mi DNI entre las palmas de mi mano de tal forma que quedaba como un sándwich. Él pasó su mano sobre las mías y…

-¿A ver? Separa las manos. ¡Vaya! ¡El DNI! ¡Se ha ido! –sonrió, pero a mí no me hizo nada de gracia-. Ahora tienes un enorme problema. Como iba diciendo, los magos somos muy parecidos a los carteristas, ambos hacemos desaparecer las cosas. La única diferencia es que los magos siempre devolvemos lo que robamos. Señorita, haga el favor de abrir mi cartera.

La chica la abrió y ahí estaba. Mi DNI.

-Damas y caballeros –prosiguió el mago-, aquí está el DNI del chico. Muchas gracias –dijo dándome mi carné y pasando su gorra-. Agradezco su asistencia y espero verles pronto.

Poco a poco la gente se fue esfumando y cuando ya no había nadie alrededor del mago, me acerqué.

-Buen truco –le dije.

-Gracias, es la primera vez que alguien se acerca a felicitarme.

-Quizá tú puedas ayudarme.

-Quizá sí, quizá no –sonrió-. Eso depende.

-¿De qué depende?

-De la ayuda que quieras, evidentemente.

-No sé hacia dónde dirigirme y no sé qué camino tomar.

-¿Dónde quieres ir?

-Particularmente me da igual, pero…

-Si te da igual, entonces da igual el camino que cojas ¿no? –me cortó.

-Me da igual dónde ir, pero he de encontrar la Calle Montera –la conversación me estaba empezando a incomodar.

-Entonces ya no te da igual, tú quieres ir a la calle Montera. Y supongo que ya sé para qué quieres ir allí.

-¿Puedes ayudarme y decirme cómo puedo llegar? –insistí.

-No sólo te ayudaré, chaval –me guiñó un ojo-. Sino que te llevaré a ella.

-Muchas gracias, pero no es necesario que me acompañe, no quiero molestarle.

-No es molestia, yo vivo cerca de esa calle. Vamos, sígueme. Por cierto, puedes llamarme Nodo.

-Yo soy Jaime, encantado –nos estrechamos las manos-. ¿Nodo? ¿Qué clase de nombre es Nodo?

-No lo sé. ¿Qué clase de nombre es Jaime?

La verdad es que no supe qué responder. Nunca lo había pensando. Siempre me había llamado Jaime, lógicamente, pero… si me hubiera llamado Alejandro, por ejemplo, ¿mi vida sería diferente? ¿Sería, acaso, otra persona distinta?

-Tú no eres de por aquí, ¿verdad, Jaime? ¿De dónde eres?

-De un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme.

Nodo soltó una carcajada.

-Sabes que Cervantes murió ¿no?

-Sí, pero no por eso deja de influirnos. Podemos decir cuándo acabó la vida de un artista, pero jamás podremos decir dónde acaba su influencia.

-Mmm… ¡muy buena contestación!

Nodo tenía unos treinta años. No conocía a sus padres, ambos habían muerto cuando él era muy joven, él suponía que por un ajuste de cuentas, desde entonces había pasado su vida en la calle, había aprendido a vivir de la ignorancia de la gente y les hacía ver cosas que en realidad no veían. Poco a poco fue perfeccionando trucos de magia inventados por él mismo. Trucos nuevos que llamaban la atención de los paseantes. Vivía en una pequeña habitación justo en la calle Montera. Yo no sabía que clase de calle era, pero según decía, no era de las calles más respetables de Madrid. Nodo vivía sólo en su habitación y no permitía que nadie entrara en ella ya que allí guardaba todo su ingenio, todos los trucos de magia que había inventados estaban entre las cuatro paredes de aquel zulo. Aunque Nodo había sacado bastante dinero de sus trucos y vendía accesorios para hacer magia por Internet, él siempre se negó a mudarse a otro sitio más acogedor. Sus vecinos afirmaban que era porque el dinero que sacaba era dinero negro y, al igual que lo ganaba, lo quemaba. Leyendas urbanas. Nadie sabía, en realidad, lo que Nodo tenía entre las mugrientas paredes de aquel antro.

Doblamos una esquina, la visión de aquella calle no era la misma que la de la que acabábamos de dejar. En esta había grupitos de cuatro o cinco policías cada diez metros. Y, repartidas por las aceras, muchísimas mujeres que supuse que serían prostitutas. Abundaban los sexshop y, según parece, lo que yo llamaba negocios oscuros, es decir, vendedores de droga.

-Ésta es la calle Montera, Jaime –me dijo mirándome a los ojos-. Bienvenido. ¿A que es una hermosura? –sacó una llave de su bolsillo y se dirigió a un portal cercano-. Yo vivo aquí, buena suerte. Nos veremos pronto. Espero.

-Buena suerte, Nodo. Y muchas gracias por todo.

-No tienes por qué darlas.

domingo, 2 de agosto de 2009

El Reino del Ocaso (Capítulo 1)


1
"The greatest thing you'll ever learn is just to loved in return"
Moulin Rouge


Llegué por primera vez a Madrid en un autobús sin aire acondicionado. Era un verano muy caluroso. Llegué sin nada, por lo tanto, no tenía nada que perder. Únicamente llevaba conmigo una muda limpia, un bocadillo, todos mis ahorros, que serían unos setenta y nueve euros en efectivo, un pequeño libro de poesía sin encuadernar y un montón de esperanzas y vagas ilusiones de encontrar la felicidad y poder, por fin, dedicarme a desarrollarme como persona.

Había dejado mi hogar, por llamarlo de alguna manera, huyendo del esclavizante yugo de mi padre. Era un hombre temido entre sus empleadas. Era muy fuerte e imponía duros castigos a quien osara desobedecerle, en casa nadie se atrevía a llevarle la contraria, caminaba por todos los lados con aires despóticos y una arrogancia innata asombrosa. Durante toda mi vida disponía de dos comidas frías diarias a cambio de un montón de horas de trabajo sirviendo copas y más copas a patéticos borrachos en un oscuro antro a las afueras de la ciudad, un local de tráfico de droga y sexo. Hablando en un lenguaje más coloquial, una casa de putas que no disponía de ningún tipo de licencia. No era más que el negocio clandestino de mi padre. Aunque mi padre se movía por el mundo conduciendo un mercedes nuevo cada cuatro meses, yo había estado desde que puedo acordarme sirviendo copas.

Mi madre, de quien no me acuerdo mucho, no era más que otra señorita de aquella casa a la que mi padre trataba a golpes continuamente. Cuando yo tenía seis años, le dio una paliza de muerte. Estuvo dos días en cama y al final murió. Aún oigo los gritos en mi cabeza. Tras la muerte de mi madre, mi padre jamás me pegó, aunque tampoco nunca obtuve muestras de cariño por su parte pero, aunque mi madre ya no podía abrazarme ni darme un beso de buenas noches, nunca me faltó cariño maternal pues fue la bondad de Alba, una de las prostitutas esclavizadas en aquel club ilegal, la que me dio todo el cariño y me trató como si fuera su propio hijo. Era una chica muy agradable, morena, guapísima, esbelta y con muy buen cuerpo. Me enseñó a leer y a escribir, me mostró que fuera de las paredes de aquel lugar había todo un mundo de lo más hermoso, un mundo que estaba esperando ser descubierto. Gracias a ella hice buenos amigos de la talla de Bécquer, Pablo Neruda, Benedetti… pero no sólo poetas, sino también filósofos, físicos, matemáticos, pintores. Poco a poco, bajo su tutela fui conociendo un mundo hasta entonces desconocido para mí. Fui autodidacta. Cada vez que Alba tenía que salir a casa de algún cliente lograba con su impresionante dialéctica convencer a su cliente de que le diera alguna propinilla por su “buen” comportamiento. Una propina que invertía en mí. Cada vez que salía me traía contrabando muy diferente al que cada noche entraba por la puerta trasera. Me traía libros, caramelos, bombones, revistas, material didáctico. Alba fue como mi madre, mi segunda madre. Pero nunca me habló sobre su pasado, nunca me dijo cómo había acabado en aquel lugar a merced de las órdenes de mi padre. Nunca me dijo nada. Y cuando le preguntaba por qué era tan buena conmigo, ella sonreía y me decía: “Porque dentro de la oscuridad de la noche, tú eres ese rayo de luna que se escurre entre mi persiana”.

Cuando yo tenía dieciséis años, Alba llegó muy triste. Me miró y sus ojos se llenaron de lágrimas. Intenté detenerla y preguntarle qué le había pasado. Pero no lo logré se encerró en su cuarto del cual sólo salía para hacer su trabajo con los hombres que pedían sus servicios. No tardaría mucho tiempo en escuchar los rumores de dicha enfermedad que por aquella época era desconocida, la cual se llevaba a muchos por el simple hecho de disfrutar de uno de los placeres nocturnos, del cual, ella hacia su profesión.

Fui a su habitación. Hacía días que no la veía. Llamé y no me contestó. Insistí. Me pidió que me fuera. Pero no hice caso y le dije que o abría o tiraba la puerta abajo. Estaba demacrada. Tenía muy mala cara yo no sabía qué decirle, pero ella se abrazó a mí y lloró. Lloró muchísimo. Me dijo que me quería mucho, que me iba a echar de menos y que jamás me olvidaría. Tras un rato juntos abrazados se levantó, fue hacia un rincón y levantó una baldosa, de ahí sacó un montón de folios arrugados cogidos por un clip y un sobre. Me comentó en voz muy baja que esos folios eran un libro de poesía que había escrito ella y el sobre eran sus pocos ahorros, unos setenta y nueve euros. Dijo que era un regalo para mí, pero que no debía de leer el libro hasta después de su muerte. Me dijo que me fuera y que lo escondiera todo en mi habitación y después volviera a verla.

Hice lo que me pidió. Cuando volví a su habitación estaba tumbada en la cama. Me dijo que tenía miedo. No sé por qué lo hice, pero no pude evitarlo y la besé. No fue nada parecido a los beso que ella me había dado en la mejilla, o en la frente cada vez que estaba malo. Fue un beso en sus labios, los noté temblar cuando se rozaron nuestras bocas, pero no se resistió. Aquella noche dormí con ella. No era la primera vez que dormía con ella, pero sí fue la primera vez que dormí abrazado a ella sin soltarla. A la noche siguiente, también dormimos juntos y a la siguiente, y todas y cada una de las noches que Alba no tenía compañía. Yo la cuidaba cuando no estaba trabajando, no me separaba de ella. El día que cumplí los 17 años ella me hizo el mejor regalo que he recibido en mi vida: un abrazo.

-Alba –susurré una noche que dormíamos juntos a su oído-. ¿Estás dormida?

-No –contestó-, dime nene.

-¿Hay algo que lamentes de tu vida?

Hubo un silencio incómodo.

-No sé –se volvió para mirarme a los ojos como cuando hacía cada vez que me hablaba en serio-. En mi país era una chica respetable, hija de un profesor de literatura sin trabajo, era la mejor de mi clase. Pero mis padres murieron en un accidente de coche y me quedé sola y sin nada. Llegué a España con quince años engañada por tu padre con promesas de un trabajo y una buena vida y me encontré sin dinero y en este lugar. Me dolió mucho pensar que iba a ser sólo una puta. Aquella misma noche perdí mi virginidad con un viejo borracho. Pero al día siguiente te conocí. Tenías dos años, Leire, tu madre, me puso a tu cuidado cuando ella se prostituía y cuando murió. Yo me sentí muy mal porque Leire siempre había sido muy buena conmigo y te había cogido mucho cariño. Tú has sido mi felicidad estos quince años que llevo en este antro. Ahora tengo treinta años y me siento a las puertas de la muerte, pero me alegro mucho de haberte conocido, de haber estado contigo, de haberte enseñado todo lo que sé. Lo único que lamento es que siempre he entregado mi cuerpo a desconocidos y nunca me han amado, nunca me han hecho el amor.

-¿Te has enamorado alguna vez? –Alba sonrió.

-Es posible.

-¿Sí? ¿de quién?

-Nene, tú eres mi amor. Eres lo único que tengo. La única persona a la que quiero y amo tanto o más como a mí misma.

-¿Me amas? –yo estaba rojo. Sentía vergüenza.

-Sí.

La besé. Mi segundo beso en los labios. Ella se dejó llevar al principio y después me retiró la cara.

-Jaime –dijo con unas lágrimas en los ojos. Nunca me solía llamar por mi nombre, siempre eran apodos cariñosos así que me preocupé un poco-. No quiero que hagas eso si no lo sientes. Por favor, no lo hagas porque te doy pena. Estoy harta de ser sólo una puta. Estoy cansada de los besos sin amor. De las caricias de las manos de personas sin nombre que sólo me quieren para un rato y después vuelven a su casa con sus esposas. No quiero que me beses.

-Alba, no me das pena. Eres la mujer más bonita del mundo. Te quiero. Tú me has dado todo cuanto tengo. A ti te debo mi vida, mi amor, mi persona.

Alba me miró. Seguía llorando, pero sonrió y, en esta ocasión fue ella la que me besó.

-Nene, abrázame y vamos a dormir, ¿vale?

-Vale.

No podía creerlo. Alba, la chica más guapa que jamás había conocido estaba enamorada de mí. Aquella noche dormí pensando en ella.

Una mujer corría descalza por un campo de hierba. Era feliz, su sonrisa brillaba como la primera estrella del crepúsculo. Su cabello rubio caía sobre sus hombros y ondeaba sobre el viento de tal forma que parecía que se deslizaba con él. Pero esta mujer no estaba sola. A su lado un niño pequeño, moreno, de cara pálida y daba la impresión de que era muy tímido la seguía con un libro en la mano. No sé, en cierto modo, me recordaba un poco a mí de niño. Agucé un poco más la vista. Parecía el libro que me había regalado Alba por mi décimo cumpleaños, pero no estaba seguro. Corrí tras ellos. Parecían que no me veían. Me acerqué un poco más a la pareja y pude ver el título del libro: “Las aventuras de Oliver Twist”. Sí, era el mismo libro que Alba me había regalado siete años atrás. Había leído un montón de veces esa historia. Me sentía muy unido a Oliver y no podía evitar ver ciertas similitudes con él. Seguí al niño y a la que supuse que debía ser su madre y llegué a una Iglesia. Era la primera vez que entraba en una, pero sabía que su arquitectura era románica. Alba me había enseñado las diferencias artísticas y arquitectónicas de las diferentes épocas. En el medio de la Iglesia había un ataúd. ¡Era un entierro! ¡Cómo podía llevar una madre a su hijo a un entierro! Yo nunca había ido a ninguno, ni siquiera al de mi madre. Me acerqué al féretro. Puse la mano sobre él. La tapa tembló y me asusté, pero no levanté la mano. Fue entonces cuando llevado por la ira abrí el ataúd y… ¡No! ¡No podía ser! ¡No era posible! ¡NO!

-¡Jaime! ¡Jaime! –entreabrí los ojos y vi que Alba me estaba agitando fuertemente-. Jaime, despierta.

-¡Alba! ¡Estás viva! ¡Ha sido sólo un sueño!

-Joder, nene. Me habías asustado –dijo-. No hacías más que gritar: “Alba no te mueras”. Venga, ya pasó todo, ven junto a mí. No me voy a morir esta noche, tranquilo.

Me acurruqué a su lado. Entonces lo comprendí definitivamente. Alba tenía sida. Se iba a morir. Tal vez no llegara a navidades.

Desperté temprano aquella mañana. Alba seguía dormida a mi lado. Como siempre que dormíamos juntos, tenía un camisón blanco muy fino que hacía que se le notara la ropa interior. También era muy corto, tan corto que se le podían ver un poco las braguitas dejando al descubierto sus hermosas piernas. Su pelo negro alborotado y rebelde tapaba su cara. Parecía un ángel. Decidí llevarle el desayuno a la cama. Alba lo había dado todo por mí y nunca se lo había agradecido así que llevarle un día el desayuno a la cama era una pobre manera de agradecérselo. Bajé a la cocina y cogí una pieza de fruta, preparé un poco de café y robé un donut del armario de los dulces. Lo puse todo en una bandeja y me dispuse a subir a la habitación de Alba.

-¿Dónde te crees que vas? –dijo una voz ronca a mis espaldas-. ¿Qué llevas ahí?

-Padre... –no sabía responder, supongo que le tenía miedo.

-¿Qué te crees que haces, desagradecido? ¡Robando comida de la cocina!

-No es para mí –me dejé llevar por el pánico.

-¿Ah, no? –dijo remangándose las mangas-. ¿Y para quién se supone que es?

-¡Jefe! –entró por la puerta Merche, una de las chicas-. Yo le he dicho a Jaime que me subiera el desayuno. Estaba agotada y me encontraba mal, pero ahora ya estoy mucho mejor. No culpe al chico.

-¿Es cierto? –me miró con una profunda y furiosa mirada.

-Sí –dije bajando la mirada.

-Que no se vuelva a repetir. Ya conocéis las normas. ¡Dos comidas diarias! Y tú, deja todo donde estaba.

Mi padre salió. Oí como ponía en marcha el motor de su coche y se alejaba.

-Gracias.

-De nada, chico –me sonrió-. Pero la próxima vez ten más cuidado. Anda, llévaselo a Alba, que estará hambrienta. Sí, sé que es para ella.

Llegué a la habitación de Alba. Aún estaba dormida. Dejé la bandeja con el desayuno sobre su cómoda y le golpee el hombro:

-Alba –susurré-. Despierta, mi niña. Alba…

Le soplé al oído. Ella se estremeció un poquito. Entonces se me ocurrió. Le besé la frente. Después los labios, su mejilla y, finalmente, empecé a besarle el cuello. De repente soltó un pequeño gemido. Noté cómo levantaba su cabeza para dejarme más vía libre sobre su cuello. Después sentí su mano acariciando mi pelo. Entonces me incorporé y la miré. Tenía los ojos abiertos.

-Me ha gustado cómo me has despertado, pero… ¿por qué has parado cuando te he acariciado?

-Te he traído el desayuno –señalé a la mesa.

-¡Vaya! Es la primera vez que alguien me trae el desayuno a la cama. Muchas gracias, de verdad. Es todo un detalle.

Desayunó tranquila en su cama mientras yo fui a hacer mis labores. Las prostitutas se podían levantar a la hora que quisieran ya que muchas noches las pasaban con sus clientes. Pero yo tenía que madrugar cada mañana para limpiar todo el local y fregar todo antes de que mi padre volviera de la ciudad, que solía ser sobre el medio día. Era mucho trabajo pues el local cada noche se llenaba de gente que ensuciaba el suelo, tiraba vasos, caía copas… Había mucha suciedad, sobre todo en los servicios, donde daba miedo entrar. Cuando limpié los servicios me percaté de la máquina expendedora de preservativos que había. La miré muy detenidamente, como si fuera la primera vez que la veía. Es curioso, pero ahora que sabía los sentimientos de Alba hacia mí, miraba a la máquina con otros ojos.

Aquella tarde Alba no tuvo trabajo. Estuvo en el local con su ropa provocando a la gente, pero nadie la solicitó. Cenamos los dos juntos. Un trozo de tortilla de patata con una salchicha Frankfurt y yo volví a la barra del bar mientras ella paseaba por el local. Esa noche no había mucha gente, sólo un par de borrachos que no buscaban sexo, así que cerramos pronto.

Sería la una de la mañana cuando Alba y yo entramos en su habitación y, como cada noche, lo primero que hicimos fue descalzarnos. Yo estaba bastante nervioso. No sabía si lo que quería hacer debía o no hacerlo. Yo lo deseaba. Pero no dejaba de ser Alba, mi Alba. Finalmente, me armé de valor y le cogí la mano:

-Alba –vacilé.

-Dime –se volvió para mirarme.

-Alba –repetí-. Mmm… eh…

-¿Estás bien?

-Sí. Verás… Yo te quiero mucho. Eres la persona a la que más quiero y… me gustaría hacer de esta noche una noche muy especial.

-Yo también te quiero, nene, y lo sabes –sonrió-. Pero creo que no te capto. ¿Qué me quieres decir?

-El otro día me dijiste que me amabas.

-Sí.

-Yo también te amo.

-Lo sé, se te nota mucho.

-Y… no sé. Me gustaría hacer el amor contigo –dije sin rodeos. Sé que me puse rojo. Pero a Alba le cambió la expresión de la cara, lo que hizo que me sintiera aún peor.

-Jaime. No puedo. Ya sabes que estoy enferma…

-Sí. Lo sé. Y me da igual –saqué de mi bolsillo una caja de preservativos que había comprado esta mañana en la máquina-. Con esto no habrá peligro.

-Jaime, por favor, no... –dudó-. No me lo pongas más difícil, por favor.

-Lo siento.

-Creo que es mejor que esta noche vayas a dormir a tu cuarto.

Salí de su habitación despacito sin hacer ruido y sin decir nada. ¡Qué estúpido había sido! ¡Ahora Alba estaba molesta conmigo!

Entré en mi habitación. La encontré mucho más deprimente que de costumbre. Hacía muchísimo tiempo que no había vuelto a dormir allí. Me tumbé sobre la cama y apagué la luz después de candar la puerta. Alba me había rechazado. Pensé que nunca lo haría. Era la primera vez que me negaba algo. Supuse que entregarse a mí no sería lo mismo que escaparse conmigo de acampada las noches de verano, ni mantenerse en vela toda la noche sólo para enseñarme matemáticas o inglés. Aunque vivía en un prostíbulo, nunca había estado con una mujer a solas en una habitación manteniendo relaciones. Alba fue la primera y la única mujer que besé en aquel lugar. Me quedé confuso sobre mi cama y me sentí caer en un intenso vacío en el que no había nada. En el que no había nadie. Estaba yo solo en el mundo. Mi madre había muerto hace muchos años, mi padre era una tortura y Alba… en fin, Alba me había rechazado…

¡Pum! ¡pum! ¡pum! Tres golpes atronadores me sacaron de mi sueño. Alguien estaba llamando a la puerta. Miré mi viejo reloj. Las tres y media de la mañana. Volvieron a llamar. Me acerqué a la puerta, abrí. Allí estaba Alba.

-¿Puedo pasar?

-Sí –me aparté para dejarle paso-. Adelante.

-Nene…

-Dime.

-Sé que me voy a arrepentir de esto.

Acto seguido me beso en mi boca. Me besó muy apasionadamente. Me quedé de piedra. No me lo esperaba. La miré a los ojos y la abracé. La abracé muy fuerte. Fue entonces cuando yo le devolví el beso. Un largo beso en el que nos fundimos en un solo cuerpo. No existía nadie más salvo nosotros dos. El mundo giraba ajeno a nuestras zozobras, a nuestros besos y abrazos. Sentía el aliento de Alba en mi cuello. Noté como su mano acariciaba cada rincón de mi cuerpo, aún sin descubrir. Finalmente, se decidió a quitarme la camiseta dejando mi tórax al aire. Yo hice lo mismo con su camisón blanco. Se quedó en ropa interior. Lucía un conjunto de sujetador negro y tanga también negro. Me quité los pantalones, me quedé en calzoncillos. Ella me volvió a abrazar, me tumbó sobre la cama y se sentó encima de mí mientras me besaba. Yo acariciaba todo su cuerpo, desabroché su sujetador y al instante cayó dejando sus perfectos senos al aire. Los acaricié, los besé. El ambiente se estaba caldeando. Me noté muy caliente. Noté crecer el bulto de mis calzoncillos debajo del trasero de Alba. Ella también lo notó pues acto seguido se levantó y me quitó la única prenda de ropa que llevaba dejando todo al aire. Ella también se quitó su tanga. Allí estábamos los dos, desnudos, el uno junto al otro, abrazados y acurrucados en la cama. De repente ella me miró y me dijo:

-Nene, ya sabes el problema que tengo, ¿estás seguro de que quieres seguir?

Yo no dije nada. No contesté. Simplemente me levanté y cogí de la cómoda un preservativo de la caja que había comprado aquella mañana. Lo saqué y, con cuidado, me lo puse. Alba me miraba con atención cómo iba haciendo todo. Después, simplemente, se tumbó boca arriba y separó sus piernas. Yo me acerqué tembloroso. Sentí como sus piernas se cerraban en mi espalda. Y entonces, todo el mundo se detuvo.

Cada noche, Alba y yo hacíamos el amor como dos adolescentes enamorados. Y después, nos quedábamos dormidos acurrucados el uno al lado del otro. Nunca había sido tan feliz. Pese a las duras condiciones en las que vivíamos, yo me encontraba contento. Sabía que pasara lo que pasara, había alguien que me quería incondicionalmente, y eso para mí, valía mucho.

Pero algo ocurrió que frustró todos mis planes de felicidad. Algo que todos sabíamos que iba a pasar tarde o temprano. Alba enfermó de repente. Al principio no se le notó mucho, pero empezó a adelgazar, a perder kilos, dejó de hacer salidas, y Merche estaba continuamente en su dormitorio dándole cuidados, así que ya no pude volver a dormir con ella.

Sucedió que una noche de madrugada sentí mucho jaleo por los pasillos. Entreabrí la puerta y miré disimuladamente. Había muchas chicas a la puerta de Alba. En eso que Merche salió de la habitación.

-¿Qué sucede? –preguntó una chica rubia con la que nunca había hablado.

-Alba quiere hablar con el chico a solas.

Me volví a meter en la cama y al momento, la chica rubia llamó a mi puerta:

-Jaime, Alba quiere que vayas a verla. Verás, no tiene muy buen aspecto, así que por favor, no te alteres dentro ¿vale?

Salí detrás de ella y caminé despacio hasta la habitación de Alba. Entré y cerré la puerta a mis espaldas. Mi corazón dio un vuelco. Aquella no podía ser Alba. Su cuerpo era sólo piel y huesos. Su cara antes alegre y risueña ahora no parecía más que una máscara de cera, seca y amarillenta, su pelo negro que caía sobre sus hombros ahora era sólo unas matas que crecía a mechones dejando calvas en su cabeza.

-Nene –articuló con gran esfuerzo-. No tengo muy buen aspecto ¿verdad?

-Alba… Todo saldrá bien. Ya lo verás. Dentro de poco nos escaparemos tú y yo de acampada como hacíamos antes.

-No Jaime –lloró-. De ésta ya no salgo. No deberías haberme visto así. Quería que me recordaras guapa.

-Tú sigues siendo la chica más guapa del mundo.

-Jaime, me muero. Quiero que me hagas dos promesas.

-¿Cuáles? Lo que sea, Alba.

-Prométeme que jamás me olvidarás.

-Alba. ¡Jamás podré olvidarte!

-La segunda promesa que quiero que me hagas –se paró en seco y meditó unos segundos- es que vivas tu vida, te largues de este lugar.

-Pero Alba ¿cómo podré hacer eso? Nunca he salido de aquí.

-¡Vete! ¡Márchate! ¡Abandona todo esto! Jaime, ve a Madrid. Busca la calle Montera. En ella habrá mujeres por todos los lados. Dile a una que quieres pasar la noche con ella por siete euros con cincuenta. Si te manda a la mierda, díselo a otra y así sucesivamente hasta que alguna acepte y… -a Alba se le dilataron muchísimo las pupilas y sonó un ruido muy profundo y grave.

-¡Alba! ¿Estás bien? ¡Alba!

Al momento entró Merche junto a otras dos chicas y me echaron.

Aquellos fueron los diez minutos más largos de mi vida. Por fin salió Merche. Estaba llorando y a todos nos dijo:

-Ha muerto.

Mi padre nos encerró a todos en nuestras habitaciones. Al igual que cuando mi murió mi madre, yo jamás supe qué hizo con el cadáver. No sé dónde está enterrada mi Alba, si es que está enterrada. Aquella noche abrí el libro que me había dado Alba. Era un libro de poesía hecho por ella. En él reconocí muchos tipos de estrofas, desde sonetos, haikús, liras, romances… Todos escritos por ella. Hablaba de la verdad, la libertad, la belleza, el amor, la naturaleza… eran preciosos aquellos poemas. Los más bonitos que he leído en mi vida y Alba me los había confiado a mí. Pero… ¿cómo seguir viviendo sin ella? Sólo dos cosas me daban la fuerza suficiente como para seguir adelante: las dos promesas que le hice a Alba.

Abrí la ventana y até las sábanas de la típica manera que había leído en cuentos de princesas cautivas en altas torres de piedra pero justo en el momento que iba a salir se abrió la puerta.

-Tu padre dice que ya podemos sal… -era Merche. Se había quedado perpleja. Miró a los lados para asegurarse de que nadie la veía, entró y cerró la puerta-. ¿Qué demonios estás haciendo, Jaime?

-Me largo. Ya no hay nada que me ate a este lugar.

-Hay mejores maneras… Así puede que te pillen.

-No es asunto tuyo. ¿Qué han hecho con Alba?

-Tu padre se ha desecho del cadáver.

-¿Qué ha hecho con ella? –insistí.

-No lo sé.

-Me voy. Un placer haberte conocido, Merche, pero no intentes detenerme.

-¡Espera! –gritó-. ¿Estás mal de la cabeza? Esta noche a muerto una chica. Tu padre no está ahora en cama, puede volver en cualquier momento. ¿Qué crees que pasaría si te encontrara saltando por la ventana? Hay otra forma mejor. Escucha…

Merche me contó su plan. A la noche siguiente, yo llamaría al club solicitando los servicios de Merche para un par de horas y daría una dirección falsa. Merche llamaría a un taxi como de costumbre y saldría por la puerta trasera, donde el taxi esperaría. Yo saldría disimuladamente y me escondería en el maletero sin peligro de que nos vieran salir a los dos juntos. Ellos me llevarían hasta la ciudad y allí nos despediríamos. Era un plan perfecto. Sólo había un problema, que mi padre me reconociera la voz por teléfono.

Al día siguiente, sobre las siete y media de la tarde, Merche me buscó en el bar.

-Es el momento –me dijo dándome un móvil-. Llama ahora.

Cogí el móvil, marqué el número y descolgué. Un tono. Dos tonos. Tres tonos…

-¿Diga? –dijo la voz de mi padre al otro extremo del teléfono.

-Sí, hola. Buenas tardes –vacilé-. Verá, estaba interesado en coger a una chica esta tarde para un par de horas. A eso de las nueve.

-¿Desplazamiento?

-Sí, Gran vía número 23, piso 3C.

-De acuerdo –dijo al cabo de unos segundos-. Le mandaré a una señorita a las nueve allí.

-Sí, pero quiero que sea una chica llamada Merche.

-¿Merche? Mmm… Vale, de acuerdo.

-Gracias.

-A usted.

Colgué.

-¿Y bien? –preguntó Merche.

-Esta noche tienes trabajo –contesté guiñándole un ojo.

Al momento entró mi padre en el bar.

-Merche, esta noche tienes trabajo. Tienes que ir al número 23 de la Gran Vía, piso 3C a las nueve. ¿Has entendido?

-Claro, jefe. Allí estaré.

A las ocho y media yo ya tenía hecho el equipaje. Llevaba una muda limpia, el libro de poesía que me regaló Alba y su dinero. Al llegar a la puerta trasera Merche me vio.

-¿Estás listo? ¡Rápido! ¡Métete en el maletero!

Hice lo que me mandó. El viaje fue incomodísimo. Notaba que cada bache golpeaba mi cuerpo fuertemente. Estaba completamente desorientado, tanto geográfica como temporalmente. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que salimos del club ni cuánta distancia habíamos recorrido. Únicamente estaba deseando que el viaje se acabara ya. Me sentía entumecido por la postura que llevaba. Estaba muy incómodo, completamente mareado.

Por fin, sentí que el coche se detenía. Abrieron el maletero. Allí estaba Merche y el taxista.

-¿Qué tal el viaje, Jaime? No me contestes. Me puedo meter en un lío grandísimo si tu padre se entera de lo que hemos organizado y de que te has escapado y yo te he ayudado. Sólo espero que sepas lo que haces. Toma –dijo dándome un sobre y una bolsa de plástico con algo en su interior-. Dentro de la bolsa hay un bocadillo, por si te entra hambre y en el sobre hay cincuenta euros. Sé que es poco dinero, pero es lo que entre todas hemos podido juntar. Buena suerte, Jaime, acuérdate de nosotras, no nos olvides.

-Muchas gracias, Merche. ¿Cómo podría agradecértelo?

-Sé feliz –me dio un beso en la mejilla, se subió al taxi y se fue. Aquella fue la última vez que la vi.

Yo tuve que coger un taxi para que me llevara hasta la estación de autobuses. Compré el billete más barato hacia Madrid y con lo que me sobró de dinero que me había dado Merche, unos veinte euros, me di una suculenta cena en lo que me llegaba la hora de irme. La mejor cena que he probado en mi vida.

El reloj marcó las diez menos cinco. Me fui al andén 9. Allí había un autobús rojo muy viejo. Era ese el autobús que tenía que coger para llegar a Madrid. Me subí y me acomodé en un asiento atrás del todo. Miré por la ventana. ¡No podía creerlo! ¡Había escapado de casa y no iba a volver nunca! ¡Viviría mi propia vida! Estaba muy ilusionado, muy contento, pero a la vez muy triste por la muerte de Alba. El autobús comenzó a moverse. Era muy gratificante ver alejarse el andén, después la estación y, posteriormente, la ciudad. Jamás volvería a ver a mi padre. Sólo una cosa me confundía. La segunda promesa que le hice a Alba. ¿Qué prostituta estaría dispuesta a pasar la noche conmigo sólo por siete euros cincuenta? ¿Y por qué insistió que lo hiciera así?

Así fue cómo escapé de casa. Fue todo tan rápido que no me di cuenta que apenas en dos horas cumpliría los dieciocho años, sería mayor de edad.

miércoles, 17 de junio de 2009

Futuro imprevisible

En el mismo momento en el que tú te conectaste al msn, un hombre se afeitaba su barba con una navaja de afeitar, mientras su mujer calculaba el tiempo que tardaría en llegar a casa de su amante andado. Justo en el piso de abajo, una loca adolescente mordía un chupachús. Y a cinco kilómetros de allí, una joven pareja hacía el amor por primera vez sin saber que nueve meses después serán padres menores de edad. Él odia que su madre lo llame cuando está de fiesta; ella odia que le comenten lo guapa que está cuando sale de la ducha. A doscientos treinta y cuatro kilómetros al sur, por la carretera de granada una culebra atravesaba la carretera sin saber que un camión la pasará por encima y la dejará paralítica. Tardará cinco minutos en morir. Justo tres minutos antes, un delfín salía del mar de un salto. No muy lejos de donde saltó el delfín una abeja toma el nectar de la flor de un cerezo florecido en una isla desierta. No obstante, la tierra gira y gira y no se detiene por nada ni por nadie. La vida sigue.

martes, 16 de junio de 2009

Belleza, libertad, verdad y amor


Vuela conmigo lejos tú y yo juntos,
olvidaremos el dolor del mundo,
vivamos nuevamente juntos, Ana,
mientras nos vamos alejando fuera
del hogar del rencor y la envidia.
En lo profundo de tu beso quiero
sentir tus labios con los míos siempre
y cada día de mi vida eterna.

recuerdos


Érase un niño
que vivía en una casa
que ya no existe
en un campo
que ya no exite
donde jugaban a un juego
que ya no existe
donde un palo
podía ser una espada,
donde una piedra
podía ser un diamante,
donde un árbol
podía ser un castillo,
donde un perro
podía ser un dragón.

sábado, 16 de mayo de 2009

16 de mayo de 2009


Hoy hace muchos años que nací.

Y en esa primavera del pasado

y en ese mismo día en que nací

veintitrés mil parejas tenían sexo,

cien mujeres tenían un orgasmo

y entre todas, una era prostituta.

Cincuenta y cuatro poetas escribieron

poemas a salamanca, dos sonetos

y una oda a la mujer ardiente y bella.

Tres violinistas sus violines vieron

arder bajo las notas de la música

que renacía de cenizas verdes.

Siete pintores dibujaban aves

que vuelan sobre mares y montañas

cubiertas con la nieve del invierno.

Hoy hace muchos años que nací.

Y en esa primavera del pasado

y en ese mismo día en que nací

no pude imaginar lo que sería

vivir. Gracias a todos. Un abrazo.

viernes, 15 de mayo de 2009

¿Por qué te quiero?


Te quiero por…

por tu mirada penetrante

sumergida en mi mente

cuando la posas sobre mí.

Por tu media sonrisa.

Por el rosa de tus mejillas.

Por tu pelo negro

que baila con el viento.

Por tus manos al rozarme,

por tus pies al pasear.

Por tu humor,

ese gran animador.

Por tu alocada cabeza,

siempre sobre el mar volando

como un águila real.

Por la psicología del demente,

llamada comúnmente

“estar enamorado”.

Por las letras de tu nombre,

por el paseo del sábado noche.

Te quiero, simplemente,

porque eres Anita.

viernes, 8 de mayo de 2009

El Sauce Llorón


Apunta tu fusil contra mi pecho,

aprieta tu gatillo, que tu bala

perfore el corazón desaliñado,

que haga correr mi sangre, que se esparza

libre por la hierba verde del desierto,

que con el mar se mezcle, que se funda

con el océano y en la noche vuele

y se convierta en lluvia para ver

tu casa desde el cielo en primavera.

sábado, 2 de mayo de 2009

El último poema que leí se titulaba ANA


Los poetas te admiran con mucho fervor
tú eres su inspiración.
Todas las estrellas quieren tu luz,
fácil es suponer el por qué.
La luz que desprendes brilla más que el sol,
las estrellas lo pasan fatal,
al ver que la gente te mira a ti
en vez de a sus brazos de luz.
tu sonrisa, espejo de paz,
reflejo de amor y pasión,
de amistad y fraternidad,
hiela el corazón del viento.
Tus dos ojitos miran al son
de las notas del piano
y la gracia que tienes es irrepetible,
incuestionable, única y divertida.
Tu pelo que cae sobre tus hombros
hace áspero al terciopelo.
Pero sin duda lo mejor que tienes, es esa forma de ser:
actúas pensando en lo qué es mejor,
sin miedo a rectificar.
Eres la diosa del mar, Anita,
que hay en mi corazón.
Eres el texto de un libro,
la métrica de una poesía.
Eres la letra mayúscula de la palabra Amor.
Eres la tinta de la pluma que escribió
en el cielo “desesperación”.
Eres inspiración,
eres luz,
eres paz,
eres amor,
eres pasión,
eres alegría,
eres felicidad,
eres diosa sobre nubes,
eres.... tres letras:
ANA
Vamos, Anita, sonríe por mí,
no me dejes así.
Arriba tus brazos y empieza a volar
olvida la amargura en un rincón.
Eres el poema del improvisador
que nunca salió del cajón.
Eres esa obra de arte que su autor
jamás conoció su valor.
Tu eres la miel que la reina abeja
guardó para su abdicación.
Tú eres esa chiquilla, Anita,
que me robó mi razón
Tú eres esa chiquilla, Anita,
que me hizo enloquecer.
Robaste mi corazón con mucho poder
y ahora estoy loco por ti.
Mi gran pasión es para ti componer
cada verso con gran ilusión.
Tu sonrisa me abre caminos perdidos,
cruceros en mi interior.