Haikú de los Poetas

Sólo el poeta
sabe hacer los milagros
como dios manda.

jueves, 9 de diciembre de 2010

El Fary y la Iglesia


1. Introducción

“El Fary y la Iglesia” son las palabras que cayeron hace unas semanas como un jarrón de agua helada por mi espalda. No podía negar el agobio y la frustración que devoraban mi interior debido a la imposibilidad de hacer un texto expositivo-argumentativo sobre una relación entre ambos temas.

Tras mucho “googlear” encontré una única relación entre ambos: el Fary, en una de sus muchas canciones, hacía referencia a una mujer que iba los domingos a misa. Por mucho que lo intenté, no conseguí sacar una base para el trabajo de esa relación (pese a la capacidad innata que, según mi antiguo profesor de filosofía, tengo para meter paja y no decir nada).

Horas más tarde recibí una bocanada de aire fresco y pude respirar tranquilo cuando leí el e-mail que me permitía la invención del trabajo, el permiso para meter la paja cultivada en las remotas e infinitas tierras de la imaginación humana. Fue como la inspiración que realizas cuando te hacen una aguadilla en la piscina una calurosa y soleada tarde de verano. Gracias a ello, ya tenía realizada la parte más difícil del trabajo. Sólo me quedaba sentarme frente al ordenador con un Red-Bull, unos anacardos, un perfume dulce en el ambientador y dejar que las teclas de mi ordenador se movieran al son de la música de fondo[1].

Finalmente, para terminar la introducción, debo aclarar que todos los datos, tanto las fechas como los hechos descritos en el trabajo, son totalmente ficticios, fruto de la imaginación, anécdotas del viaje de un caracol alado hacia la tierra de Oz.


2. El Fary

El Fary, bautizado ante la Iglesia como José Luis Cantero, nació en Las Ventas (en el barrio, no en la plaza), Madrid, el 20 de agosto de 1937 en el seno de una familia humilde.

Sobre la infancia del Fary se sabe más bien poco. A los nueve años, tomó la comunión. Fue un día perfecto. No llovía, no hacía frío, el cura de su barrio le dio vino, su tío le dejo probar el tabaco y su abuela le regaló un vinilo de Rafael Farina, lo que su madre vio como un problema ya que en su casa no había tocadiscos. Entre las donaciones de los familiares, José Luis se juntó con un millón trescientas seis de las antiguas pesetas. Un dinero que, debido a la cantidad que era, decidió esconder en un sitio muy seguro y secreto. Era tan secreto que a las dos horas, ni si quiera el joven José Luis sabía dónde estaba. Jamás pudo comprender el enfado de su madre por no recordar el sitio, así no podría malgastar su dinero en tonterías y no se lo podrían robar.

En su catorceavo cumpleaños, su abuela le regaló un tocadiscos pudiendo así escuchar, por primera vez en la vida, su vinilo de Farina. Aquel día fue crucial en su vida.

José Luis se pasaba las horas muertas cantando e imitando a Farina en el salón de su casa, en los bares, en el salón de su casa, en las calles, en el salón de su casa, en las bocas del metro, en el salón de su casa, en la escuela, en el salón de su casa, etc. Era el nuevo quéhablar del barrio. Por esa razón empezó a darse a conocer como “El Fary”.

Cumplidos los treinta años comenzó a ganar dinero como cantante en algunas sustituciones. En los años 70, la copla entró en decadencia, pero el Fary, siempre al timón, adaptó sus canciones al pop español. Gracias a esta fabulosa hazaña, el Fary saltó a la historia.

No contento con ser un cantante de reconocimiento nacional, José Luis Cantero, el Fary, entró en la pequeña pantalla con la serie televisiva “Menudo es mi padre” cuyo título no se sabía si se refería a su corta estatura.

En falta de otras opciones más realistas, para potenciar su carrera, hizo un trato con el magnate del cine basura, Santiago Segura, quien lo elevó muy alto. Tan alto que llegó al Vaticano, como se explicará más adelante.

En enero de 2007 se le diagnosticó un cáncer de pulmón que le llevó a la tumba el 19 de junio del mismo año. Falleció, a los sesenta y nueve años, rodeado por sus seres queridos en un hospital madrileño llevándose a la tumba el lugar en el que escondió sesenta años atrás ese millón trescientas seis pesetas.


3. La Iglesia

En la Edad Antigua, la Iglesia fue perseguida y, otras religiones mayores, se metían con ella. Pero independientemente de las dificultades que tuvo, esta institución se mantuvo fiel a sus ideales.

A medida que pasaron los años, nuestra amiga, se fue haciendo cada vez más grande, contando con mayor número de afiliados. En el Edicto de Tesalónica se reescribieron las normas de la institución abriendo así unos nuevos horizontes. Pero no fue hasta que el emperador romano Constantino decidió unirse en su lecho de muerte, cuando la Iglesia dejó de ser perseguida.

Durante la Edad Media, época en la que la Iglesia tuvo el mayor crecimiento, ésta ya se podía considerar como una religión adulta, tenía voz, tenía voto (de hecho tenía los únicos votos) y tenía poder. La muy siempre humilde y honrada Iglesia hizo y consiguió sus mayores logros y avances en la cultura:

1. Promovió la Educación: ayudando así a otras religiones más pequeñitas a unirse a ella para civilizarse, educarse y, por supuesto, salvarse del infierno, lugar donde irían si no se convertían.

2. Desarrolló la oratoria y la dialéctica: a las personas que no se querían unir a la Iglesia se les intentaba convencer con, para la época, avanzadísimos métodos. No obstante, sin conseguía convencer, ésta se quitaba el sombrero invitando a sus opositores a asistir a una fiesta que, hoy en día, nos encanta celebrar los domingos: una parrillada.

3. Ayudó a los errados a rectificar: en la Edad Media, había un reducido número de personas que investigaban la naturaleza (comúnmente denominados “científicos”), que enunciaron leyes completamente erróneas. La Iglesia, cuando descubría que alguien se había equivocado le buscaba, le invitaba a salir y amablemente le comentaba dónde se había equivocado y cómo rectificar su error.

4. Creación de una ONG: con el fin de preservar la paz y la seguridad de la sociedad, la Iglesia se vio obligada a fundar una ONG llamada Santa Inquisición, formada por un grupo de alegres, simpáticas y comprensivas personas.

Estos son algunos de los avances culturales de aquella época. No debemos olvidar que siempre, repito, SIEMPRE, la Iglesia actuó en Nombre de Dios.

Con la llegada del Renacimiento, los científicos empezaron a creer más en sus errores; los artistas avanzaron, cobraron mucho más valor. Se empezó a dar mucha más importancia al hombre que a Dios. Pero la Iglesia, fiel a sus ideales, continuó su misión. Ayudó a los colonizadores a difundir la palabra de Dios por el Nuevo Mundo, siguió preservando el orden y la seguridad de la sociedad con su Santa Inquisición (una de las medidas tomadas fue la creación de un listado donde se recogían los libros llenos de errores tan peligrosos que estaban condenados con el Infierno), etc.

En la Edad Contemporánea, nuestra amiga comenzó a sentirse mayor y dejó de lado sus responsabilidades, aunque seguía velando por ellas.


4. Relaciones más importantes del Fary con la Iglesia

Como hemos dicho antes, el Fary fue bautizado el 20 de agosto de 1937, poco más de un año desde el final de la Guerra Civil, una época de decadencia. Lo que llevó a que en el bautismo, en vez de agua bendita, se utilizara agua turbia del río Manzanares, que, en aquel entonces, era más barata.

La comunión de “El Fary” siguió en decadencia. El banquete consistió principalmente en pan de centeno, manteca y licor destilado por el propio Fary durante los dos años anteriores. Misteriosamente, el índice de mortalidad creció exponencialmente aquella semana.

La relación más fuerte de “El Fary” con la Iglesia, se dio a conocer tras la mítica saga de Santiago Segura, Torrente, en la que se afirma reiteradamente que “El Fary” es Dios. Pero… ¿a qué se debe dicha afirmación? El anterior Papa, Juan Pablo II dijo en su lecho de muerte al respecto: “Ese hombre, al que todos llaman Fary, levantó con sus cantos una nación en decadencia, lo que le hace ser el más honorable de todos los santos. Yo siempre creí en él. Desde su infancia hasta su vida adulta únicamente ha velado por la felicidad de los demás, por la integridad del país conocido como España. Por eso se merece nuestra devoción”. Desgraciadamente, el resto de cardenales, al ver sus dogmas peligrar, borraron de la historia estas sabias palabras. El Fary lo sabía, pero no dijo nada. Siguió predicando y ayudando a los necesitados.

Lo que nadie sabe es que el Fary controlaba la Iglesia desde lo más alto –nos dice un informador que no quiso decir su nombre ya que al Cardenal Pérez Sánchez no le gusta que su nombre salga en textos de dominio público-. Nadie sabía cómo había podido conseguir el control. Simplemente, el Papa hacía lo que él quería. Todos pensamos que mantenía una estrecha relación con Juan Pablo II, pero cuando Benedicto XVI subió al poder, nos prometió que el Fary no tendría influencia. Pero no fue así. Al día siguiente del nombramiento como pontífice, se presentó en la Capilla Sixtina, llamó al Papa Nazinguer-Z y se marchó. Nadie sabe por qué, pero siguió partiendo el bacalao”. Éstas son las palabras literales que pronunció el cardenal entre sollozos.

En 2008, un año después de la muerte del Fary, motivos económicos (se pensaba que el millón trescientas seis pesetas estaba enterrado junto a su cuerpo) provocaron la exhumación del cadáver justificando esta acción con un cambio de moneda. Al abrir el ataúd se observó que el cuerpo no estaba. En su lugar había una nota en la que se leía: “Españoles, he resucitado. No estaba tranquilo aquí abajo viendo cómo el género artístico que yo conseguí crear, se estaba hundiendo en la más profunda miseria. Así que, en este momento, tomo la decisión de ascender a los cielos y guiaros desde lo alto. Firmado: El Fary”.

Al conocer el milagro, hasta el Papa vino a ver el ataúd vacío. Acto seguido, se encargó de beatificarlo y, en su capilla personal, al lado del crucifijo, mandó colgar una foto de ese pequeño cantante de gran talento al que todos llamaban “El Fary”.


5. Producción en cadena de pequeños Mini-Farys

Tras la beatificación de “El Fary”, el Vaticano decidió que no se conocía tanto al Fary como debería. Benedicto XVI usó sus influencias en una fábrica de China, cuyo regente era hijo de un cuñado de una sobrina del nieto del pontífice (evidentemente, sus colegas cardenales no saben que el nieto tiene una sobrina); para producir pequeños Mini-Farys con ventosa para colgar en el salpicadero de los vehículos para que éste pudiera servir de complemento a San Cristóbal para velar por la seguridad vial de los conductores.


6. Conclusión

Gracias a los milagros realizados por “El Fary” y a la última nota en su ataúd, el Vaticano lo beatificó. Aunque, el señor Doroteo Skolftracter, doctor en Teología, dijo en la rueda de prensa convocada para hacer pública la beatificación: “No nos encontramos ante un caso común de beatificación. Los indicios apuntan que no se trata de un santo común, sino que podría ser una encarnación de Dios”. Lo que lleva a afirmar una de las frases españolas más célebres: “El Fary es Dios”.



[1] Normalmente Jazz, aunque tampoco negaría un poco de clásica o, incluso, música comercial. El tipo de música de fondo que se escucha varía en función del estado de ánimo y la tarea a realizar. Cabe destacar que la violencia anidada en la melodía puede influir en el estilo de redacción. Refiriéndonos a poesía, por ejemplo, una música tranquila, relajada, estimula un tipo de verso lento, como puede ser el alejandrino o endecasílabo; si, por el contrario, la música es violenta y fuerte, fomentará un tipo de estrofa punzante y rápida como puede ser un Haikú.

martes, 19 de octubre de 2010

Reflejos


-Buenos días -dijo el pez de color rojo al que parecía ser una copia suya al otro lado del vidrio-. Nunca te había visto por aquí.
Esperó unos instantes a que respondiera pero no respondió. siguió mirándole con los mismos ojos que él le miraba.
Cada día, desde que había llegado a aquella pecera esférica se daba largos paseos por su interior a ver si encontraba a alguien. Siempre encontraba al mismo pececillo al otro lado del cristal que nunca le respondía, pero no lo recordaba.
-Buenos días -insistió-. Me gustaría saber cómo podría salir de aquí.
El pez rojo del otro lado del cristal continuó callado mirándole fijamente. Al no tener respuesta, decidió que aquel pez del otro lado del cristal no debía oirle asi que se acercó más al cristal. Su compañero del otro lado también se le acercó. Parecía que se iban a besar. Su boca tocó contra las paredes de vidrio. Junto a la boca de su amigo. Entonces se dio cuenta. Su amigo no era más que su reflejo. Por eso nunca contestaba. Se alejó deprimido del cristal.
De repente, lo vio. Al otro lado de la pecera había otro pez rojo. ¡¡¡Parecía su hermano!!! Y era fascinante, ¡no lo podía creer! Había salido fuera de la pecera y estaba nadando libre por toda la sala. Se acercó y éste también debió verle porque también se le acercó. No lo podía creer. ¡Parecían dos gotas de agua! Se armó de valor y comenzó a hablarle:
-Buenos días. Nunca te había visto por aquí...

jueves, 26 de agosto de 2010

La historia más bella del mundo


¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Adónde vamos? Son las únicas preguntas que vale la pena plantear. Hasta ahora sólo la religión y la filosofía ofrencían respuestas. Hoy también la ciencia tiene una opinión: ha reconstruido la historia del mundo.

Hay una misma evolución que, desde hace quince mil millones de años, empuja a la materia a organizarse, del Big Bang a la inteligencia.

Descendemos de los monos, de las bacterias y también de las galaxias. Los elementos que componen nuestro cuerpo son los que antaños fundaron el universo.

Este es el primer relato completo de nuestros orígentes, a la luz de los conocimientos más modernos. El universo, la vida, el hombre: tres actos de una misma epopeya contados en un diálogo clarificador. ¿Qué había antes? ¿Cómo la vida ha nacido de lo inanimado? ¿Va a proseguir esa evolución? ¿Es compatible con la fe? Sí, sin duda es la historia más bella del mundo porque es la nuestra.

domingo, 8 de agosto de 2010

Desde que el Hombre es Hombre

Homenaje al 75 aniversario
de la Bomba Atómica


Hace catorce billones de años, toda la materia del universo se encontraba en un punto muy caliente y muy denso. De repente, hubo una gran explosión y todo comenzó a expandirse. Cada galaxia, cada estrella, cada planeta se creó.

Millones de años después, en un planeta que se había ido enfriando lentamente en cuyo regazo se había desarrollado la Vida; una especie animal, una especie que no se trataba ni mucho menos de una especie elegida por ningún dios, sino una especie corriente, una raza cualquiera más de simio se sostuvo por unos instantes sobre sus patas traseras para observar lo que había por encima de la hierba de la sabana. Todo comenzó en ese momento, seis millones de años de evolución. Esa raza más de simios aprendió a caminar erguida, con el paso de tiempo desarrolló herramientas, aprendió a construir una pared; más tarde, pirámides, teatros, castillos, rascacielos, etc. A medida que pasaba el tiempo, se iban descubriendo hallazgos que hacían que el futuro de la especie y del planeta entero se viera alterado para siempre: el fuego, la electricidad, la constitución del átomo. Todo ocasionó de que esta raza animal se volviera egoísta, arrogante y se creyera superior al resto de especies elegidas por la mayor divinidad jamás conocida: la Selección Natural.


Todo se volvió tan oscuro, que esta raza, supuestamente inteligente, creyó que podía hacer lo que se le antojara. Comenzó a extraer combustibles de las entrañas del planeta más hermoso de aquel lejano sistema solar, comenzó arrojar residuos contaminantes a los cielos y a los mares. Se mataba y arrasaba todo cuanto se veía sin ningún tipo de control: bosques, especies, incluso a sus propios semejantes dejaban que murieran en la miseria acaparando, unos pocos, toda la riqueza y dejando a la mayoría sin una gota de compasión.


Pero no todo era malo, se había desarrollado una historia, una cultura, se había descubierto formas en las que todos podrían vivir en paz, formas de energía que no conllevaban a la destrucción del planeta. Cada individuo de esta raza magnífica de animales inteligentes, tenía su propia historia, era capaz de crear su propio universo. Era tal el poder que tenía aquella especie, que no había nada que no estuviera a su alcance. Si querían volar, podían crearse alas; si querían correr más veloz que ningún otro ser vivo, podían hacerlo. Llegaron tan alto que incluso salieron de su planeta en varias ocasiones.


Su capacidad de creación, su majestuosidad habría tenido el mismo límite que la imaginación si, en verdad, esta especie hubiera sido elegida por Dios y éste le hubiera dado sensibilidad, conocimiento y razón. Y en vez de convertirse en el mayor milagro, se convirtieron en la enfermedad mortal que padeció su planeta, un virus que nació, se reprodujo y arrasó todo lo que pudo hasta su propia autodestrucción.



Hoy, ya no quedan restos de esa civilización. Aquella especie de monos ya no es más que una especie extinta, que curiosamente, su desaparición no se debió a fenómenos naturales ni a meteoritos; sino a su egoísmo, su gula, su inconsciencia y a su ciega ignorancia de que únicamente era una especie animal más sobre la Tierra y no podía hacer lo que le viniera en gana sin pagar un alto precio.


Esto ocurrió en una galaxia muy muy lejana. Pero la especie humana, una especie más de simios, va por el mismo camino. Cuando dejamos un grifo abierto, cuando tiramos una botella de plástico por la ventanilla del coche, cuando vertemos gases a la atmósfera sin control, cuando torturamos y matamos animales por puro entretenimiento y diversión, cuando nos olvidamos de nuestros hermanos, cuando somos inconscientes con nuestras acciones, estamos contribuyendo a nuestra propia extinción.


Cuando un hombre escupe al suelo, se está escupiendo a sí mismo.



La Llamada (Joaquín Caro Romero)


Atardecía en paz. La luz marchaba

sin prisas, sin pedirle nada al tiempo.

La soledad cercaba de renuncias

las mustias escaleras del silencio.


Y de pronto, el amor se hizo diálogo

por un timbre, unos números y un dedo

que echaron la inquietud, la dicha a suerte

y levantaron del oído el cerco.


Tu voz fue una dulcísima pistola

apuntada directamente al pecho

que yo puse al alcance de mi oreja

hasta meterme en la boca de fuego.


Y me abrasé. Y obtuve de tu lengua

si un descanso, sí un presentimiento,

que todo lo imposible guarda alguna

esperanza en el fondo sin saberlo.


Parecía la llamada de socorro

entre un barco sin mar y otro sin remos.

Y quisimos salvarnos de la nada

a uno dándole fondo y a otro aliento.


Tanta es la soledad y hoy valen tanto

unos minutos con tu voz en medio,

que más que nuestros años de amor juntos

estos minutos de ahora te agradezco.


Se interrumpió el contacto. No nos dimos

cuenta de que la ficha iba cayendo

en un mudo cadalso inaplazable

incapaz de ternura y retroceso.


¿A dónde fue tu voz? ¿Por qué de súbito

se cortó la palabra y el acento

y ni nos despedimos? ¡Qué sarcasmo

nos separa y nos rige desde lejos.


Pero el mar nos habló. Lo oímos desde

la caracola oscura de los sueños.


El vacío se interpuso. Hay ya culpable.

Ninguno de los dos colgó primero.

Todo podrá quedarse como estaba

mientras que no cambiemos de recuerdo.


Te seguiré esperando cada día

con la vela dispuesta para el viento,

con ganas de vivir, de navegar

sin acordarme de aquel hundimiento.


Aunque no suene más sobre la mesa

y me vaya con él quedando muerto,

cruzaré emocionado por la vida

con el oído pendiente del teléfono.


Joaquín Caro Romero

lunes, 29 de marzo de 2010

Instantes (Jorge Luis Borges)


Si pudiera vivir nuevamente mi vida. En la próxima

trataría de cometer más errores. No intentaría ser tan

perfecto, me relajaría más. Sería más tonto de lo que

he sido, de hecho, tomaría muy pocas cosas con seriedad.

Sería menos higiénico.

Correría más riesgos, haría más viajes, contemplaría

más atardeceres, subiría más montañas, nadaría más ríos.

Iría a más lugares adonde nunca he ido, comería más

helados y menos habas, tendría más problemas reales

y menos imaginarios.

Yo fui una de esas personas que vivió sensata y

prolíficamente cada minuto de su vida: claro que

tuve momentos de alegría.

Pero si pudiera volver atrás trataría de tener

solamente buenos momentos.

Por si no lo saben, de eso está hecha la vida

sólo de momentos; no te pierdas en el ahora.

Yo era uno de esos que nunca iban a ninguna parte

sin un termómetro, una bolsa de agua

caliente, un paraguas y paracaídas; si pudiera

volver a vivir, viajaría más liviano.

Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar

descalzo a principios de la primavera y seguiría

así hasta concluir el otoño.

Daría más vueltas en calesita, contemplaría más

amaneceres y jugaría más con los niños, si tuviera

otra vez la vida por delante.

Pero ya ven, tengo 85 años y sé que me estoy muriendo.



Jorge Luis Borges

martes, 2 de marzo de 2010

Brindis

Brindo por el mar,
por las gaviotas
amarillas
que lamen las pupilas del ahogado,
por el lienzo acuchillado,
por las últimas notas
en el piano del bar,
por el soldado
de las tres derrotas,
por el pan de tus mejillas,
por las siete maravillas,
por el rey destronado
en las alcantarillas,
por la lluvia de las mil y una gotas,
por la aguja en el pajar,
por el oso polar,
por las novias del pasado,
por las bolas de billar
que robaron las ardillas,
por la casa sin tejado
donde ha escrtio y ha firmado
sus mejores osctavillas
el poeta enamorado,
por el gato sin botas,
por las bicicletas rotas,
por la fruta del pecado,
por la lanza en el costado,
por el verbo acariciar.

Así que ¡camarero!,
pues debajo del sombrero
habita el caballero
de la mala estrella,
apóstol de la acción,
sucio como cenicero,
el último en dinero,
en rosas el primero,
París con aguacero,
tres tangos, un bolero,
sin trampa ni cartón,
que no falte esta botella
que me colme la copa,
que no falte esa doncella
que me quite la ropa,
que no falte corazón.

Brindo por la brisa
en los ojos del puente,
por la princesa tartamuda,
por el cura sin camisa
seduciendo a la creyente,
por el koala que saluda,
por Pinocho cuando miente,
por el opio de la risa,
por quienes siempre dicen sí,
por la gitana pitonisa
anticipándose al presente
por un maravedí,
por el adolescente,
eterno colibrí
siempre a contracorriente,
por el ahoracado en la cornisa,
nunca por el presidente,
por la tripa de Buda,
por la jirafa ardiente
de Salvador Dalí,
por el columpio de la duda,
por la sombra testaruda
que nos sigue, aquí o allí,
por las fotos del ausente
en el álbum de la viuda,
por la bella durmiente
cuando está desnuda,
por la acera de enfrente,
por las puertas que no abrí.

Así que ¡camarero!,
pues debajo del sombrero
habita el caballero
de la mala estrella,
apóstol de la acción,
sucio como cenicero,
el último en dinero,
en rosas el primero,
París con aguacero,
tres tangos, un bolero,
sin trampa ni cartón,
que no falte esta botella
que me colme la copa,
que no falte esa doncella
que me quite la ropa,
que no falte corazón.

Brindo por los trigos
que crecieron en Roma,
por el alma, esa paloma
que viaja en autobús,
por la luna sin abrigos,
por los bosques con hadas,
por la danza dorada
de los siete ombligos,
por el semen de Jesús,
por los mendigos
amigos
de la nada,
que duermen sin almohada
y van de madrugada
al ring de los castigos,
por la loca iluminada
de cabeza afeitada
que muerde chupachús,
por los libros con carcoma,
por los ciervos en manada
que juegan con el sol al mus,
por el motorista en coma,
por la muerte, esa gran broma
que merece carcajada,
por los besos sin idioma,
por los niños con espada,
por la fiesta helada
de las putas sin diploma,
por el diablo, ese blues.

Así que ¡camarero!,
pues debajo del sombrero
habita el caballero
de la mala estrella,
apóstol de la acción,
sucio como cenicero,
el último en dinero,
en rosas el primero,
París con aguacero,
tres tangos, un bolero,
sin trampa ni cartón,
que no falte esta botella
que me colme la copa,
que no falte esa doncella
que me quite la ropa,
que no falte corazón.

martes, 23 de febrero de 2010

Laura


Laura apagó la televisión con los ojos enrojecidos de tanto llorar. Había pasado la tarde aferrada a su almohada derramando lágrimas amargas y, en un vano intento de evadirse, había encendido el televisor.


A sus diecisiete años, Laura, era una chica morena, de estatura mediana, solía lucir una sonrisa forzada coronada por una triste y perdida mirada que trazaban sus ojos, de un color verdoso. Nunca se había sentido querida pues su infancia había estado marcada por la maldad. No había conocido a su padre, ya que había muerto de una sobredosis dos meses después de ingresar en prisión, antes de nacer ella. Su madre, había sido violada y apaleada ante sus ojos cuando apenas tenía tres años, cuatro meses después, la mujer, se llevó una pistola a la sien.


Laura fue obligada a vivir con su abuelo paterno, un hombre cuya afición era el ron y no se esforzaba por disimular que en aquella casa estaba de más.


Pese a su injusta vida, Laura, había desarrollado un gran talento en el arte y se ganaba un dinerillo retratando a felices parejas en el parque. Junto a ese dinero, se hallaban las becas que recibía por sus buenas notas, pero no por mucho que lo estiraba, no era suficiente para cubrir sus caprichos adolescentes.


Pero aquella tarde de diciembre, aquella tarde que había pasado llorando y leyendo las cartas que le había escrito a Ulises, su amigo imaginario, su único y verdadero amigo, en el cual buscaba siempre consejo, comprensión y cariño; se sentía humillada, sucia mancillada, destrozada…


Comenzó una mañana de otoño, en un recreo del instituto. Laura se encontraba sentada en el suelo con su cuaderno y su carboncillo retratando un pajarillo muerto en el suelo cuando de repente un balonazo en toda la cara hizo que le sangrara la nariz. Hubo una carcajada general mientras la chica, con lágrimas en los ojos, corría hacia los baños.


Al terminar las clases, un chico rubito se le acercó:


-Perdona Lau, no te había visto –dijo con sorna mientras una nueva carcajada estallaba a sus espaldas.


-Me llamo Laura –respondió con frialdad.


En la tarde del sábado, Laura, se encontraba en su habitación leyendo a Bécquer cuando…


-¡Laura! –gritó la voz de su abuelo-. ¡¡¡Laura!!! ¡¿Estás sorda?! ¿Eh, payasa? ¡Baja! ¡Hay un chaval preguntando por ti!


Laura bajó por las escaleras confusa. Nunca antes le habían ido a ver. Al llegar al vestíbulo vio a Marcos, ese chico rubio.


-¿Qué haces aquí? –preguntó.


-Mmm… Quería disculparme por lo del otro día –sacó de su bolsillo dos trozos de carboncillo-. Se te cayeron el otro día.


-¡Oh! Gracias.


-Eh… ¿Te gustaría venir conmigo a tomar algo?


-¿To-Tomar algo? ¿Contigo? ¿Por qué?


Laura no supo por qué lo hizo, pero aceptó. Pasaron la tarde en una cafetería, hablando.


Eran las siete de la tarde cuando pasaron frente a un cine, Laura se quedó mirándola estupefacta.


-¿Te gusta el cine? –preguntó Marcos.


-Nunca he ido –contestó con voz entrecortada.


-Entremos.


Habían pasado dos meses desde que entró a la sala de un cine por primera vez. Y, cada sábado por la tarde, salía con Marcos. Pero la nueva amistad de la muchacha parecía ser sólo válida para las tardes de los sábados porque entres semana, Marcos, actuaba como si no la conociera.


-Es para que no se metan contigo –le había explicado-. Si la peña se enterara de que somos amigos se meterían mucho más contigo.


Una tarde de sábado, cuando entró en casa:


-¿Dónde cojones andabas? –dijo la voz embriagada de su abuelo.


-¡Abuelo! –gritó sorprendida-. Estaba con mis amigos.


-¡No mientas! –exclamó tambaleándose-. Sólo las putas andan por ahí a estar horas.


-¡Son las nueve y media!


-¡No me contestes, mocosa! –dijo dándole un bofetón que la hizo caer al suelo-. ¿Dónde has estado?


-E-En el ci-cine con Marcos –dijo Laura con lágrimas en los ojos.


-¡Embustera! –le dio una patada en el estómago.


-¡Es cierto! ¡Lo juro!


-¡A mí no me mientas, payasa! –gritó propinándole otra fuerte patada.


Laura soltó un fuerte grito de dolor y el viejo se tambaleó y cayó al suelo. La chica se arrastró y se incorporó en cuanto pudo. Abrió la puerta y se fue.


Serían cerca de las once cuando Laura llamó a un timbre. Un muchacho rubio abrió la puerta y ante la imagen de una chica despeinada, llorando y un moratón en la parte izquierda de la cara, cerca del ojo, se quedó helado.


-Laura –Marcos la volvió a mirar de arriba abajo- ¿Qué te ha pasado?


-Mi-Mi a-abuelo –sollozó-. Estaba borracho.


-¡Oh! ¡Vaya! ¡Ven! ¡Pasa! Podrás dormir aquí esta noche, mis padres y mi hermana han ido a Madrid a visitar a mi tía y no volverán hasta mañana por la noche.


Llevó tiempo tranquilizar a Laura. Marcos le dejó un pijama de su hermana y se fue a dormir. Despertó sobresaltada sobre las tres de la madrugada. Alguien había entrado en la habitación.


-¿Marcos?


-Shh –dijo el muchacho y la besó, su primer beso.


Laura nunca supo cuanto tiempo duró aquel beso, pero le gustó y antes de que se diera cuenta estaba envuelta entre los brazos de Marcos. La mano de Marcos descendió por su cuello, sus pechos, su ombligo y la metió por debajo de la camiseta del pijama. Se la quitó, desabrochó su sujetador dejando sus perfectos senos al aire. Su boca los recorrió, los besó. Los pantalones rosas del pijama también fueron quitados. Mientras, Marcos, también se desnudaba. Le quitó las bragas, vio el miembro de Marcos, no pudo menos, se lo besó. Sin proponérselo, separó las piernas y Marcos se puso encima de ella. Pasaron largos minutos y a cada movimiento de Marcos, una oleada de un placer intenso, antes desconocido para ella, inundaba su cuerpo mientras se retorcía y gemía de puro placer.


Despertó entrada la mañana. Estaba completamente desnuda sobre la cama, su ropa estaba esparcida por todo el suelo la habitación. Se vistió, recordó a Marcos y esa noche, había sido genial, la mejor noche de su vida. Buscó a Marcos por toda la casa, pero no encontró más que una nota en la nevera que decía: “No estoy, he salido a hacer un trabajo. Haz la cama y vete. Ya nos veremos”. Laura obedeció la misteriosa nota. Hizo la cama y se fue.


Al llegar a su casa, la encontró hecha una pocilga. El viejo seguía roncando donde lo había dejado la tarde anterior. Comió algo. Se encerró en su habitación y comenzó una carta para Ulises, su amigo imaginario, contándole lo que había pasado. Al acabar, cogió un libro y se puso a leer a su poeta preferido: Bécquer. Por primera vez en su vida se sentía feliz.


A la mañana siguiente fue al instituto con una gran sonrisa. Pero al entrar por la puerta notó que un grupo de chicas miraban de reojo y cuchicheaban mientras reían.


-¡Eh, morena! –gritó un chico-. ¿Cuánto me cobras por una limpieza? Me han dicho que las haces muy bien.


Todo el mundo soltó una carcajada. Laura notó como se ponía muy roja. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué la gente la miraba de reojo y cuchicheaban?


Entonces vio el motivo. Sobre el tablón de anuncios había un folio en el que se leía: “Chica solitaria ofrece favores de cualquier tipo a precio razonable. Contactad con Lau”. Y debajo vio una fotografía con una chica dormida completamente desnuda. Esa chica era ella. Sintió como los latidos de su corazón se paraban en seco, como se le cortó la respiración, sintió como palideció su cara y como empezaba a temblar su cuerpo.


Con ojos encharcados arrancó el papel y buscó a Marcos. Lo vio rodeado de un grupo de chicas y una de ellas le estaba besando muy apasionadamente. Laura se aproximó, de un empujón derribó a la chica y de un puñetazo en la nariz de Marcos, se la rompió causándole una gran hemorragia.


-¡¿Qué coño haces, subnormal?! –gritó el muchacho-. ¿De qué vas, amagada? ¿Eh, payasa?


Laura, llorando, le tiro el papel a la cara.


-¿Por qué lo has hecho? –lloró-. Pensé que era tu amiga.


-¿Quién va a querer ser amigo tuyo, sucia asquerosa? –contestó Marcos-. Durante todo este tiempo sólo quería meterme entre tus piernas para demostrar lo guarra que eres. Eres igual de puta que tu sucia madre puta. Me avergüenzo de haberme follado a una puta como tú. Sí, Lau. No eres más que una zorra, una perra, una puta barata que no la sabe ni chupar, una…


En ese momento otro puñetazo se volvió a estrellar en la nariz de Marcos, que cayó al suelo, y después una patada en toda la boca. Laura salió corriendo del instituto llorando como nunca lo había hecho en su vida y según salía se chocó con su profesora de arte que se tambaleó y casi cae al suelo.


-¡Mire por donde va, Laura! –gruñó la profesora enderezándose las gafas.


-¡Déjeme!


-¡Laura! ¿Está bien? ¿Qué le ocurre? ¡Venga a mi despacho ahora mismo! ¡Laura! –pero Laura corría sin mirar atrás.


Llegó a casa. No había rastro de su abuelo. Se encerró en su habitación, se tiró en la cama y lloró. Lloró. A media tarde cogió las cartas a Ulises y sin parar de llorar, las leyó: querido Ulises, hoy ha venido un chico de clase a visitarme… he pasado toda la tarde riendo con Marcos… creo que estoy enamorada de Marcos, Ulises, ¡me estoy volviendo loca!... ¡oh Ulises! Esta noche ha pasado algo, soy tan feliz…


No. Ahora ya no era feliz. Había sido víctima de una mentira. Encendió la tele. Estaban echando una película sobre un hombre que era infiel a su esposa. Laura apagó la tele con los ojos enrojecidos de tanto llorar. Recordó como durante dos meses se había enamorado de un capullo sin pensar que acabaría así. Recordó como la otra noche se lanzó a sus brazos buscando consuelo sin saber que en unas horas habría dado un paso importante. Recordó como se dejó desnudar. Recordó como separaba las piernas dándole a ese cabrón su virginidad, algo que jamás volvería. No podía vivir con esos recuerdos. No quería vivir.


Pasaba la media noche cuando salía de casa. Iba vestida con la misma ropa que había llevado durante ese día, únicamente llevaba consigo una carta de despedida dirigida a Ulises. Caminó durante media hora hasta llegar al campanario de una iglesia con puertas de cristal. Rompió un cristal, sonó la alarma. Ascendió hasta la alta torre. Me arrepiento de haberme follado a una puta como tú, recordó. Derramó lágrimas mientras subía a la barandilla.


-Hijo de puta –murmuró.


Vio sirenas acercándose desde lo alto. Un recuerdo: su madre arropándola cuando era una niña. Cerró los ojos apretando contra su corazón la carta de Ulises. Abrió los brazos como hace un ave con sus alas. Unos segundos de caída y seguidamente un parada en seco con un fuerte golpe. Gritos mezclados con las sirenas. Eterna… oscuridad.