Haikú de los Poetas

Sólo el poeta
sabe hacer los milagros
como dios manda.

martes, 23 de febrero de 2010

Laura


Laura apagó la televisión con los ojos enrojecidos de tanto llorar. Había pasado la tarde aferrada a su almohada derramando lágrimas amargas y, en un vano intento de evadirse, había encendido el televisor.


A sus diecisiete años, Laura, era una chica morena, de estatura mediana, solía lucir una sonrisa forzada coronada por una triste y perdida mirada que trazaban sus ojos, de un color verdoso. Nunca se había sentido querida pues su infancia había estado marcada por la maldad. No había conocido a su padre, ya que había muerto de una sobredosis dos meses después de ingresar en prisión, antes de nacer ella. Su madre, había sido violada y apaleada ante sus ojos cuando apenas tenía tres años, cuatro meses después, la mujer, se llevó una pistola a la sien.


Laura fue obligada a vivir con su abuelo paterno, un hombre cuya afición era el ron y no se esforzaba por disimular que en aquella casa estaba de más.


Pese a su injusta vida, Laura, había desarrollado un gran talento en el arte y se ganaba un dinerillo retratando a felices parejas en el parque. Junto a ese dinero, se hallaban las becas que recibía por sus buenas notas, pero no por mucho que lo estiraba, no era suficiente para cubrir sus caprichos adolescentes.


Pero aquella tarde de diciembre, aquella tarde que había pasado llorando y leyendo las cartas que le había escrito a Ulises, su amigo imaginario, su único y verdadero amigo, en el cual buscaba siempre consejo, comprensión y cariño; se sentía humillada, sucia mancillada, destrozada…


Comenzó una mañana de otoño, en un recreo del instituto. Laura se encontraba sentada en el suelo con su cuaderno y su carboncillo retratando un pajarillo muerto en el suelo cuando de repente un balonazo en toda la cara hizo que le sangrara la nariz. Hubo una carcajada general mientras la chica, con lágrimas en los ojos, corría hacia los baños.


Al terminar las clases, un chico rubito se le acercó:


-Perdona Lau, no te había visto –dijo con sorna mientras una nueva carcajada estallaba a sus espaldas.


-Me llamo Laura –respondió con frialdad.


En la tarde del sábado, Laura, se encontraba en su habitación leyendo a Bécquer cuando…


-¡Laura! –gritó la voz de su abuelo-. ¡¡¡Laura!!! ¡¿Estás sorda?! ¿Eh, payasa? ¡Baja! ¡Hay un chaval preguntando por ti!


Laura bajó por las escaleras confusa. Nunca antes le habían ido a ver. Al llegar al vestíbulo vio a Marcos, ese chico rubio.


-¿Qué haces aquí? –preguntó.


-Mmm… Quería disculparme por lo del otro día –sacó de su bolsillo dos trozos de carboncillo-. Se te cayeron el otro día.


-¡Oh! Gracias.


-Eh… ¿Te gustaría venir conmigo a tomar algo?


-¿To-Tomar algo? ¿Contigo? ¿Por qué?


Laura no supo por qué lo hizo, pero aceptó. Pasaron la tarde en una cafetería, hablando.


Eran las siete de la tarde cuando pasaron frente a un cine, Laura se quedó mirándola estupefacta.


-¿Te gusta el cine? –preguntó Marcos.


-Nunca he ido –contestó con voz entrecortada.


-Entremos.


Habían pasado dos meses desde que entró a la sala de un cine por primera vez. Y, cada sábado por la tarde, salía con Marcos. Pero la nueva amistad de la muchacha parecía ser sólo válida para las tardes de los sábados porque entres semana, Marcos, actuaba como si no la conociera.


-Es para que no se metan contigo –le había explicado-. Si la peña se enterara de que somos amigos se meterían mucho más contigo.


Una tarde de sábado, cuando entró en casa:


-¿Dónde cojones andabas? –dijo la voz embriagada de su abuelo.


-¡Abuelo! –gritó sorprendida-. Estaba con mis amigos.


-¡No mientas! –exclamó tambaleándose-. Sólo las putas andan por ahí a estar horas.


-¡Son las nueve y media!


-¡No me contestes, mocosa! –dijo dándole un bofetón que la hizo caer al suelo-. ¿Dónde has estado?


-E-En el ci-cine con Marcos –dijo Laura con lágrimas en los ojos.


-¡Embustera! –le dio una patada en el estómago.


-¡Es cierto! ¡Lo juro!


-¡A mí no me mientas, payasa! –gritó propinándole otra fuerte patada.


Laura soltó un fuerte grito de dolor y el viejo se tambaleó y cayó al suelo. La chica se arrastró y se incorporó en cuanto pudo. Abrió la puerta y se fue.


Serían cerca de las once cuando Laura llamó a un timbre. Un muchacho rubio abrió la puerta y ante la imagen de una chica despeinada, llorando y un moratón en la parte izquierda de la cara, cerca del ojo, se quedó helado.


-Laura –Marcos la volvió a mirar de arriba abajo- ¿Qué te ha pasado?


-Mi-Mi a-abuelo –sollozó-. Estaba borracho.


-¡Oh! ¡Vaya! ¡Ven! ¡Pasa! Podrás dormir aquí esta noche, mis padres y mi hermana han ido a Madrid a visitar a mi tía y no volverán hasta mañana por la noche.


Llevó tiempo tranquilizar a Laura. Marcos le dejó un pijama de su hermana y se fue a dormir. Despertó sobresaltada sobre las tres de la madrugada. Alguien había entrado en la habitación.


-¿Marcos?


-Shh –dijo el muchacho y la besó, su primer beso.


Laura nunca supo cuanto tiempo duró aquel beso, pero le gustó y antes de que se diera cuenta estaba envuelta entre los brazos de Marcos. La mano de Marcos descendió por su cuello, sus pechos, su ombligo y la metió por debajo de la camiseta del pijama. Se la quitó, desabrochó su sujetador dejando sus perfectos senos al aire. Su boca los recorrió, los besó. Los pantalones rosas del pijama también fueron quitados. Mientras, Marcos, también se desnudaba. Le quitó las bragas, vio el miembro de Marcos, no pudo menos, se lo besó. Sin proponérselo, separó las piernas y Marcos se puso encima de ella. Pasaron largos minutos y a cada movimiento de Marcos, una oleada de un placer intenso, antes desconocido para ella, inundaba su cuerpo mientras se retorcía y gemía de puro placer.


Despertó entrada la mañana. Estaba completamente desnuda sobre la cama, su ropa estaba esparcida por todo el suelo la habitación. Se vistió, recordó a Marcos y esa noche, había sido genial, la mejor noche de su vida. Buscó a Marcos por toda la casa, pero no encontró más que una nota en la nevera que decía: “No estoy, he salido a hacer un trabajo. Haz la cama y vete. Ya nos veremos”. Laura obedeció la misteriosa nota. Hizo la cama y se fue.


Al llegar a su casa, la encontró hecha una pocilga. El viejo seguía roncando donde lo había dejado la tarde anterior. Comió algo. Se encerró en su habitación y comenzó una carta para Ulises, su amigo imaginario, contándole lo que había pasado. Al acabar, cogió un libro y se puso a leer a su poeta preferido: Bécquer. Por primera vez en su vida se sentía feliz.


A la mañana siguiente fue al instituto con una gran sonrisa. Pero al entrar por la puerta notó que un grupo de chicas miraban de reojo y cuchicheaban mientras reían.


-¡Eh, morena! –gritó un chico-. ¿Cuánto me cobras por una limpieza? Me han dicho que las haces muy bien.


Todo el mundo soltó una carcajada. Laura notó como se ponía muy roja. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué la gente la miraba de reojo y cuchicheaban?


Entonces vio el motivo. Sobre el tablón de anuncios había un folio en el que se leía: “Chica solitaria ofrece favores de cualquier tipo a precio razonable. Contactad con Lau”. Y debajo vio una fotografía con una chica dormida completamente desnuda. Esa chica era ella. Sintió como los latidos de su corazón se paraban en seco, como se le cortó la respiración, sintió como palideció su cara y como empezaba a temblar su cuerpo.


Con ojos encharcados arrancó el papel y buscó a Marcos. Lo vio rodeado de un grupo de chicas y una de ellas le estaba besando muy apasionadamente. Laura se aproximó, de un empujón derribó a la chica y de un puñetazo en la nariz de Marcos, se la rompió causándole una gran hemorragia.


-¡¿Qué coño haces, subnormal?! –gritó el muchacho-. ¿De qué vas, amagada? ¿Eh, payasa?


Laura, llorando, le tiro el papel a la cara.


-¿Por qué lo has hecho? –lloró-. Pensé que era tu amiga.


-¿Quién va a querer ser amigo tuyo, sucia asquerosa? –contestó Marcos-. Durante todo este tiempo sólo quería meterme entre tus piernas para demostrar lo guarra que eres. Eres igual de puta que tu sucia madre puta. Me avergüenzo de haberme follado a una puta como tú. Sí, Lau. No eres más que una zorra, una perra, una puta barata que no la sabe ni chupar, una…


En ese momento otro puñetazo se volvió a estrellar en la nariz de Marcos, que cayó al suelo, y después una patada en toda la boca. Laura salió corriendo del instituto llorando como nunca lo había hecho en su vida y según salía se chocó con su profesora de arte que se tambaleó y casi cae al suelo.


-¡Mire por donde va, Laura! –gruñó la profesora enderezándose las gafas.


-¡Déjeme!


-¡Laura! ¿Está bien? ¿Qué le ocurre? ¡Venga a mi despacho ahora mismo! ¡Laura! –pero Laura corría sin mirar atrás.


Llegó a casa. No había rastro de su abuelo. Se encerró en su habitación, se tiró en la cama y lloró. Lloró. A media tarde cogió las cartas a Ulises y sin parar de llorar, las leyó: querido Ulises, hoy ha venido un chico de clase a visitarme… he pasado toda la tarde riendo con Marcos… creo que estoy enamorada de Marcos, Ulises, ¡me estoy volviendo loca!... ¡oh Ulises! Esta noche ha pasado algo, soy tan feliz…


No. Ahora ya no era feliz. Había sido víctima de una mentira. Encendió la tele. Estaban echando una película sobre un hombre que era infiel a su esposa. Laura apagó la tele con los ojos enrojecidos de tanto llorar. Recordó como durante dos meses se había enamorado de un capullo sin pensar que acabaría así. Recordó como la otra noche se lanzó a sus brazos buscando consuelo sin saber que en unas horas habría dado un paso importante. Recordó como se dejó desnudar. Recordó como separaba las piernas dándole a ese cabrón su virginidad, algo que jamás volvería. No podía vivir con esos recuerdos. No quería vivir.


Pasaba la media noche cuando salía de casa. Iba vestida con la misma ropa que había llevado durante ese día, únicamente llevaba consigo una carta de despedida dirigida a Ulises. Caminó durante media hora hasta llegar al campanario de una iglesia con puertas de cristal. Rompió un cristal, sonó la alarma. Ascendió hasta la alta torre. Me arrepiento de haberme follado a una puta como tú, recordó. Derramó lágrimas mientras subía a la barandilla.


-Hijo de puta –murmuró.


Vio sirenas acercándose desde lo alto. Un recuerdo: su madre arropándola cuando era una niña. Cerró los ojos apretando contra su corazón la carta de Ulises. Abrió los brazos como hace un ave con sus alas. Unos segundos de caída y seguidamente un parada en seco con un fuerte golpe. Gritos mezclados con las sirenas. Eterna… oscuridad.

jueves, 18 de febrero de 2010

Historia de los frágiles argumentos.....

Historia de los frágiles argumentos exculpatorios que estos días se han esgrimado sobre la conducta de algunos malcasados que oyen decir que muchas mujeres practican la indiferencia hiriente hacia sus maridos.




Estaba en la residencia, Juan Luis tocaba un violín con un vibrador morado sentado encima de una televisión. Puse el Canal + para ver a mis compañeros en un programa de cocina, me tumbé en la hierba y vi llover coballas moradas que corrían por el agua. Me aburrí de ver en la televisión a un gato bebiendo garrafón y descendí por unas escaleras de papel de periódico para llegar a mi cama que estaba atracada en un puerto al lado de Madrid. Me metí en ella y me puse a construir un castillo de arena del cual salió Juan Luis con su violín. Fue entonces cuando decidí que la música no era lo mío y pensé en irme a Nueva York a estudiar búlgaro. Fui a casa para meter en la maleta un plano del metro de Salamanca y cabalgué a lomos de una coballa hasta la parada del bus donde cogí el cuatro, que me dejó en la puerta del Empire State Building.

Me di cuenta que no llevaba sombrero, por lo tanto me tuve que comprar unos zapatos rojos. Esto, a su vez, me obligó a que fuera al bar que hay en la plaza de la iglesia de mi pueblo y le metiera un dinar y medio en la máquina tragaperras de la cual me salieron siete euros así que me corté el pelo.

Claro que, ese dinar y medio, se lo gané en una partida de mus que echaremos la semana siguiente a la boda que se celebrará el próximo domingo a un hombre que tiene un hijo cuya novia es dueña de un perro que nunca ha estado en París. Bueno… ¡lo importante es que me corté el pelo!

Después de perseguir a una coballa morada por el agua, me sentí agotado de una dura y larga jornada de trabajo. Recogí el martillo, el carboncillo y el cable USB y me fui a dormir a una tienda de campaña que había en la cocina de la casa de mi abuela.