Haikú de los Poetas

Sólo el poeta
sabe hacer los milagros
como dios manda.

sábado, 14 de febrero de 2009

Cuaderno de Bitácora


(El viaje por dentro de nosotros mismos es otro viaje, que aquí, por supuesto, no se narra, aunque puede entreverse)



Día 1:

Me había costado conciliar el sueño. La perspectiva de tres días fuera de casa, uno de ellos en la ciudad sin ley a la que llaman Madrid, me aterraba y a la vez me emocionaba. Me aventuré en el frío matinal de lo que debería haber sido un soleado día de septiembre para poder subir al autobús con destino a la Ciudad de la Luz, Salamanca, cuna de grandes poetas y escritores, con la intención de reunirme con mi leal y fiel compañero y amigo.

Aquella tarde fui embaucado por las palabras de decepción de un viejo mentor que nos daba los resultados de unas pruebas corregidas por objetivos inquisidores que había aceptado con resentimiento y con un frío y fugaz hasta luego desapareció.
Fueron las amistades y locuras de mi anfitrión las que, de nuevo, dotaron de luz y de color a aquella tarde.
Nos sumergimos en un viaje por las calles de la ciudad condal de Barcelona y respiramos el aire puro típico del Cantábrico que me hizo recordar el sabor burbujeantes de la sidra asturiana gracias a la magia de Woody Allen en su nueva y espectacular película “Vicky Cristina Barcelona”.
En el esquinazo de un tugurio pequeño y andrajoso degustamos ansiosamente nuestra cena. Un paseo nocturno por los jardines de Calixto y Melibea me hizo olvidar el delicioso y pintoresco sabor del kebap iraní.
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Día 2
5:30:

El sonido atronador del despertador me arrancó del mundo donde somos capaces de bailar con las estrellas. Desayuno pantagruélico, los nervios azuzadores me retuercen el estómago como si escurrieran un paño mojado. El frío de la noche boxea contra mí en el camino hasta la estación donde nos espera un Autorex, largo autobús de categoría imperial, sus vastos asientos tapizados en el lujoso cuero nos trasmiten somnolencia y durante dos horas y media nos acurrucarán.

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El viaje en metro, gusano urbano que se mueve por las profundidades del mundo, transcurre tranquilo. Grupos variopintos de gente sin nombre entra y sale tan deprisa, tan ensimismados en sus pensamientos de las entrañas del gusano de hierro, que no se percatan de ese salmantino que observa todo con curiosidad.

Durante largos minutos y una incansable hora esperamos a que pudiéramos penetrar en el recinto del parque. Tuve tiempo para absorber una bocanada del aire madrileño (…………………………………………………). En un alarde de un valor temerario, nos burlábamos de la muerte sometiendo a nuestros frágiles cuerpos a velocidades y alturas sólo alcanzables en los sueños agarrados a máquinas supuestamente seguras.
En un restaurante donde la comida basura era el plato estrella, disfrutamos del efímero sabor de bocadillos calientes curiosamente envasados. Tras la paupérrima comida volvemos a volar en atracciones, que trabajan sin descanso. El cine tetradimensional me transmite una nueva sensación: la decepción.
Nos encontrábamos abatidos por las largas horas caminando y decidimos sentarnos en el fresco y verde césped.
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En el viaje de vuelta, el sueño se cierne sobre Walter, el sol se esconde en el horizonte, de repente el cielo empieza a arder para dar paso al cielo nocturno. Siempre digo que un viaje no es sólo un recorrido geográfico, sino también un viaje por el interior de nosotros mismos. Cierro los ojos para permanecer atemporal y desorientado y me sumerjo en mis pensamientos. No pienso en las atracciones, ni en lo que haré al día siguiente.
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Un bache me sacó de mi interior. Abrí los ojos y pude ver en el horizonte las iluminadas torres de las catedrales salmantinas que se yerguen hacia lo alto, señalando al cielo como si Salamanca las empuñara como espadas para defenderse de la oscuridad de la noche.
Narramos el ajetreado día a mi anfitriona antes de caer exhausto sobre la cama después de una copiosa cena.


Día 3.
9.25

De nuevo la abundancia y la cantidad del desayuno abren la puerta de un nuevo día. La mañana la dedico a hacer una visita a mis tías a dar un paseo por la urbanización aldeatejereña. Por la tarde caminamos sin rumbo, a la deriva, por las calles salmantinas acompañados por Vicky, y sentados con el célebre escritor Torrente Ballester saboreamos el helado tradicional propio del café Novelti. Con unas pizzas saciamos nuestro apetito y nos preparamos para el regreso a pie hasta Aldeatejada. Aquella noche me dormí pensando en que todo había acabado: al día siguiente emprendería la vuelta a casa.



SEPTIEMBRE 2008

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