Elige un gato joven
que tenga buena facha:
llamas al aguador y lo despacha.
Cébale con riñones,
asaduras, mollejas y pichones.
Prohibe darle sustos,
desazones, castigos y disgustos;
y al año, o poco más, tendrá el minino
el cogote muy ancho y el pelo fino.
Ya gordo y reluciente,
haciéndole caricias con la mano,
degollarás al gato dulcemente,
como si degollaras a tu hermano.
Desuéllale con arte,
límpiale bien, y que le oree el viento,
pásale un espadín de parte a parte,
y ásale a fuego lento:
despacio, y muy a punto,
báñale con un unto
de aceite aderezado,
con limón y con ajo machacado;
en tanto, le volteas,
y solo a medio asar, es el instante,
con sal le espolvoreas,
no apartando del gato la mirada
hasta que su corteza esté dorada,
y asado el animal, y harto de fuego,
con punzantes aromas,
te obligue a que le saques y le comas.
Si al asarle seguiste mis consejos,
riete de las liebres y conejos.
Sólo algún mentecato
a quien trates de dar gato por liebre,
pedirá que le des liebre por gato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario